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miércoles, 18 de agosto de 2010

Rojo

Ojalá nunca hubieses mencionado irte. Ojalá me mintieses y me dijeses que me querías. Comienza a crecer como un cáncer una fuerte opresión en mi pecho, mientras te suplico que te quedes a mi lado. Y tú me respondes que no, que quieres mantenerte al margen. Rompo a llorar, te susurro lo mucho que te necesito conmigo. Y tú no cejas de tu idea. Sigues diciendo que quieres irte. Te giras hacia la puerta. Siento que mi vida se va contigo.

Saco una navaja con el mango de marfil del bolsillo, sin que te des cuenta. La abro ágilmente.

-Sabes que te dije que sin vosotros me moriría, ¿no es cierto?-apoyo la navaja sobre mi yugular.-No era un farol.-al compás que caen mis lágrimas, clavo la navaja de un movimiento seco.

La sangre corre por mis manos, mientras retiro el arma, emanando un chillido de dolor. Te giras. La herida es pequeña, mas profunda, y emana una gran cantidad de humor bermejo, tanto que no tarda en manchar mi camisa.

-¿¡Qué coño has hecho!?-me arrebatas la navaja, cortándote tú también.

Tu sangre y mi sangre se fusionan, se entremezclan, formando distintos matices en ambas manos. Todavía perdura en mi subconsciente la melodía distorsionada y chirriante que produce el frío metálico en mi piel. Me dejo caer en el suelo de rodillas.

-¡Voy a llamar a un hospital!-coges el teléfono con ansiedad.

Te lo arrebato de las manos, de un golpe seco.

-¡Deja eso o sigo!-vuelvo a agarrar la navaja.

De repente siento cómo me flaquean las fuerzas, me abandonan como tú quieres abandonarme. La herida sigue sangrando. La envuelves con tu chaqueta, intentando detener la hemorragia. Tumbo la cabeza en el suelo, ladeada. Escucho muy cerca de mi oído las gotitas de sangre caer.

Plic…
Plic…
Plic…

Toso un par de veces. Un regusto a ese líquido me embarga el paladar. Chasqueo la lengua intentando cerciorarme. Efectivamente lo es. Intento tragar saliva, pero vuelvo a ahogarme con ella y la escupo. Llega un momento en el que lo que haces no lo sé ni me importa. Vas a irte, como todas, como todos. Pero esta vez me iré contigo.

Plic...
Plic…
Plic…
Replica la sangre.

La opresión de mi pecho se calma, se convierte en una sensación de alivio, como si me quitase un peso de encima; mi propia vida. Siento mi corazón latir muy lento contra mis costillas, pero a la vez con fuerza, como si se aferrase en seguir intentándolo.

Bum…
Bum…
Bum…
¡Cállate!-responde mi mente.-No me dejas descansar.

Cierro los ojos, sintiendo cómo se me entrecierra la garganta. Doy unas leves bocanadas para coger aire, sin resultado. Murmuro, como en sueños, todas aquellas frases que nunca me atreví a decirle. La sangre se escapa, la vida se apaga, el corazón se calla.



-Todo es de color tan rojo… ¿Por qué todo es…tan rojo? No…no me gusta el rojo…

 

[Photo by 04young of Deviantart]

sábado, 14 de agosto de 2010

Just do it

Un amigo mío me dio una vez un consejo.

-Si alguna vez piensas en suicidarte, córtate el cuello.

Se aferraba a su botella de vodka finlandés mientras preparaba otro par de rayas ayudándose del carnet de conducir. Sus palabras despertaron en mí una gran curiosidad.

-¿Y eso por qué?-le miraba fijamente, clavando mis dos ojos verdes en él.

-Es la muerte perfecta tío. ¿No te das cuenta? Si no te mueres asfixiado, tu corazón se queda sin sangre. Si intentan reanimarte, es demasiado difícil reparar una tráquea rajada a tiempo.

-¿Y no sería mejor una pistola en la sien? ¿O un navajazo en el pecho?-me encogí de hombros.-Es más instantáneo. Sufres menos.

Nicolai negó con la cabeza, chasqueando la lengua. Antes de contestarme, por el orificio derecho de su nariz se introdujeron infinidad de partículas blanquecinas.

-Ville, Ville, ¿cómo puedes ser tan ingenuo?-me miró sonriendo.-Si decides morirte al instante, nunca podrás decirle que le quieres por última vez.

                                                                 ***

-No puedo seguir con esto.-me dijo Liliana con ojos llorosos.-No puedo ayudarte. 

Sentí en ese momento como todo se desmoronaba a mi alrededor. Sentí como si el aire se detuviese y no pudiese respirar. Sentí como si mi vida, mi alma destrozada, mi corazón desgarrado, no tuviesen ningún tipo de valor.

-Hay 3 personas en este mundo a las que quiero más que a mi propia vida.-murmuró una voz rota que salía de mi garganta.-Y tú eres una de ellas. 

Lloré, lloré hasta que se me secaron los ojos, y lo único que podía aliviar mi dolor era gemir con fuerza. Recogí con ambas manos los pedacitos  rotos de mi pequeño y frágil mundo y acerqué al cuello el más afilado. Noté que mi yugular latía contra el filo. Todavía estás vivo, Ville. Todo depende de una respuesta. Cierra fuerte los ojos y clávala con fuerza. 


Si decides morirte al instante, nunca podrás decirle que le quieres por última vez.