lunes, 30 de agosto de 2010

Tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero



-Ha sonado magnífico, Ville.-exclamó Aileen, mientras me bajaba del escenario y me dirigía hacia la barra.

-Mentirosa.-sonreí, apoyando ambas manos en la barra e impulsando mis brazos hacia ella, para poder besarla pasionalmente.

-De mentirosa nada.-murmuró contra mis labios.-Sabes que en cuestiones musicales nunca miento.

-Vale, vale.-deslicé las manos bajo su apretadísima camiseta, jugueteando con el broche de su sujetador.

“¡Ville!” susurró riéndose, dejándose hacer. Comencé a mordisquear su labio inferior frenéticamente, mientras ella se aferraba a mi espalda, tirando de mi camisa hacia delante. En ese momento, su jefa nos miró con mala cara. Aileen optó por separarse, algo ruborizada, mas satisfecha en cierto modo de su acción. Yo me dejé caer en la silla, indiferente de la reacción de ambas.

-Tras el trabajo te espero en mi casa.-susurró ella, guiñándome un ojo.

-Descuida, nena. Iré.

Apoyé ambos codos en la mesa, mientras ella me servía un vodka finlandés, como todas las noches. Dejó junto a mí el vaso y la botella, para que lo llenase cuando quisiera. Suspiré. Aquella canción que tanto le había gustado a Aileen no era más que el resultado de mi intento de suicidio. Me había sentido tan frágil, tan efímero, aunque me aferrase en luchar, como aquellas notas veloces sugerían, al final acabé decayendo, rindiéndome. Había recordado, tirado sobre mi propia sangre, todas las palabras de amor que me había dedicado, en vano, solamente porque, en un posesivo deseo, me quería  solo para él. Recordé que había dicho que adoraba sentir mi corazón, y apenas se inmutó cuando vio que se detenía. Una sola visita al hospital me hizo posteriormente, y fue para decirme que no me quería. Era la primera vez que la canción veía la luz, ante la atenta mirada de los espectadores, de los admiradores, de las admiradoras secretas, de Aileen. Pero era solamente un concienzudo código que solo yo podía descifrar, y conocer los entresijos de la melodía. Negué con la cabeza, intentando espabilarme. Aquel era un capítulo cerrado en mi vida. Había demasiada gente que me quería, como bien había dicho Christine, como para detenerme en alguien que no merecía la pena. O quizás era yo el que no la merecía. En todo caso, tenía que hacerme a la idea. Al final todas las musas, mujeres y hombres, se acaban yendo.

En medio de mis pensamientos, sentí una mano posarse en mi hombro.

-¿Virtanen? ¿Ville Virtanen?-escuché una voz cavernosa a mi lado.

Miré de reojo hacia la fuente de aquel sonido, indiferente.

-¿Quién pregunta?

-Vamos, hijo de puta, no me dirás que no sabes quién soy.

Erguí la cabeza, sin dejar de aferrarme a mi vaso. Era un hombre, más o menos de mi edad. Tenía el cabello completamente despeinado y un aspecto desaliñado, de vagabundo me atrevería a decir. Llevaba un carcomido abrigo de piel, un rasgado jersey azul marino, y unos vaqueros desgastados. Reparé en su rostro. Tenía los ojos pequeños y verdes, la cara un poco rechoncha, al menos mucho más que la mía, aunque el resto del cuerpo estuviese consumido. En uno de los orificios de su nariz, pude ver restos de sangre seca. Fue entonces quizás, hilando recuerdos y vivencias, cuando pude reconocerle.

-¿Nicolai?-mascullé, incrédulo.

Asintió, sonriendo. No me lo podía creer. Aquel mismo Nicolai que había visto por última vez en un bar de mala muerte de Finlandia, poniéndonos hasta el culo de caballo, estaba ante mí, de una pieza. Me levanté bruscamente de la silla y le abracé eufórico. Él compartió mi alegría, la cual nos transmitimos mutuamente mediante unas fuertes palmadas en la espalda. Volvimos a observarnos mutuamente en cuanto nos separamos, sin dejar de agarrarnos por los hombros.

-Maldito bastardo, ¿qué coño haces aquí?-reí todavía sin acabar de creérmelo, mirándole de arriba abajo.

-Es una larga historia.

-Esto hay que celebrarlo.

-Tengo algo con lo que hacerlo.-susurró.- ¿Vamos al baño y lo probamos, por los viejos tiempos?

Asentí, sonriendo. Con cuidado de que Aileen no me viese y me riñese, nos dirigimos ambos al baño de hombres, el cual cerramos con el pasador en cuanto estuvimos ambos dentro. Nos acercamos al lavabo, casi a la vez. Nicolai esboza una sonrisa mientras saca de su bolsillo una bolsa transparente contenedora de un polvo blanco y brillante. Vierte parte del contenido encima del mármol. Posteriormente, lo agrupa con el carnet de conducir, viejo, roído por los años y sin renovar. Al menos, forma unas rayas bastante decentes. Saco entonces mi cartera de piel, dejando salir de ella un par de billetes de 50; uno para él y otro para mí.

-Parece que la suerte te sonríe, amigo.-sonríe, dejándome ver unos dientes desgastados por la droga.-Hace tiempo que no veo tanta pasta junta.

-No te creas que es tanto. 30 euros por noche, que son 900 al mes.-enrollo el billete con agilidad, formando un tubito.-Contando que apenas como pero que fumo y consumo…

-Siendo tú, al menos seguro que te ahorras el dinero de las putas.-me da un codazo, riendo.-Al menos si sigues conservando el je ne sais quoi que tenías en su día.

-Eso creo.-río leve.-Pero ya sabes cuál es mi problema.

Nicolai mira su billete, el cual intenta enrollar torpemente con sus dedos temblorosos.

-Que si lo sé. Al final te acabas enamorando de esos pedazos de carne.

Cojo el papel, pudiendo formar un tubo igual que el mío rápidamente mientras habla. Posteriormente se lo entrego, para poder colocar mi billete en un orificio de la nariz y acercarlo a una raya.

-Ojalá solo fuesen pedazos de carne.-mascullo, antes de respirar fuertemente, dejando que aquel polvo blanco entre dentro de mí. Levanto la cabeza y separo el tubo, algo aturdido.

-¿Qué pasa, Virtanen? ¿Te falta práctica?

-Supongo.-muevo la cabeza intentando espabilarme.-Ahora estoy acostumbrado a chutármela.

-¿Y fumándola?

-¿Crack? Lo hago a veces, pero me marea bastante. Por vena entra bien.-me rasco la nariz, mientras veo cómo mi amigo esnifa otra de las rayas.

-Estás hecho un flojucho de mierda.-ríe, apoyándose en la pared, débil.

Al ver su estado, soy yo el que prepara otras dos rayas más, agrupando las partículas blanquecinas con el carné de Nicolai. No quiero replicarle, prefiero encauzar la conversación hacia otro tema.

-Dime, Nicolai, ¿qué hiciste tras mi marcha? ¿Me echaste de menos?-bromeé.

-La verdad es que no te imaginas cuánto. Llegué a intentar suicidarme.

-Sí, claro…-río, pensando que él me seguía la pantomima. Al no escuchar una risa en respuesta, me giré incrédulo para mirarle.- ¿En serio?

Asintió sin apenas fuerzas. Tragué saliva.

-Te estuve buscando tres años.-susurró.-Eras mi única familia, tío.

Respiré fuerte, sin saber bien qué contestarle.

-Lo siento.-bajé la cabeza.-Tenía que hacerlo, joder. No aguantaba más.

-Podrías haberme avisado e iríamos juntos.-respondió, convencido.

-Necesitaba hacerlo yo solo.

Permanecimos sin decir nada. El ánimo de Nicolai seguía flaqueando, mientras revivía los remordimientos que había sentido al irme y abandonarles a él y a Christine. Volví a experimentar aquellos leves pinchazos en el pecho al recordarles, mientras dejaba que el tren prosiguiese su camino y me llevase lejos de mi país. Sentí unas tremendas ganas de romper a llorar, quizás por el bajón que producía mezclar coca con alcohol. Aún así, miré a Nicolai a los ojos, mientras este luchaba por mantenerse de pie.

-Apuesto a que no tienes dónde pasar la noche.

-Apuestas bien. Aunque estoy acostumbrado a dormir en la calle, por unos días más no pasará nada.-sonrió, volviendo a enseñarme aquellos dientes enfermos.

-Vente a mi casa, por lo menos hasta que encuentres trabajo y un piso.

-No quiero molestar…

-No molestas.-le devolví la sonrisa.-Te lo debo, por las molestias que debí causarte todos estos años.

Se dejó caer hacia delante, sobre mí. Sostuve su cabeza a escasos centímetros de mi pecho, temiendo que se hubiese desmayado. Le di unas leves palmaditas en la mejilla, intentando que volviese en sí. Me agarró sin más previo aviso por en hombro y acercó su boca a mi oído.

-Gracias.-susurró con voz apagada.

No pude evitar esbozar una leve sonrisa, mientras le ayudaba a ponerse en pie. “Vámonos a casa" propuse mientras le agarraba por el brazo, ayudándole a caminar, y salíamos ambos por la puerta, no sin antes haber guardado la cocaína. Habían pasado tantos años y todavía compartíamos aquella amistad mutua, aquella empatía.

Tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.

miércoles, 25 de agosto de 2010

El mar se lo llevó

Resuenan en mis oídos unas notas agudas y suaves, intermitentes, que se agrupan de vez en cuando. Tímidas, parecen esconderse entre los recuerdos que residen en mi mente, intentando que hurgue en ellos. Reconozco casi al instante a la causante, quizás a fuerza de asociarla con aquella melodía. Entreabro los ojos. Posados sobre mis labios, otro par, rojos como el filo de una navaja manchado de sangre, se deslizan hábilmente, jugueteando con mi lengua. Unas manos, provocando resplandores verdosos en mi retina,  recorren mi torso de arriba abajo, con suavidad.  Mechones de cabello pelirrojo caen a ambos lados de mi rostro, ocultándome del exterior. Abro por completo los ojos. Aparto mis labios de los suyos, provocando un leve chasquido. Ella apoya su frente contra la mía y me mira con sus inmensos ojos azules.

-¿Ya has despertado, mi bello durmiente?-ríe, mientras se convierte en humo, que retrocede, acercándose a la orilla del mar.

Miro a los lados, intentando cerciorarme de dónde estoy. Es una playa, con la arena completamente blanca, casi como si fuese sal. Unas enormes montañas de rocas nos separan de la civilización, ocultándonos en un rinconcito acogedor. Me palpo la ropa. Mi cuerpo entero está empapado de agua marina.

-¿Me estabas haciendo el boca a boca?-le pregunté.

Ella negó con la cabeza sonriendo, cogiendo unas algas de la orilla para atar su melena.

-Que va, ya respirabas cuando te encontré. Solo…te besaba.-sus ojos emanan un leve esplendor.-Añoraba tus besos.  

-Y yo los tuyos.-humedezco los labios, sintiendo todavía el regusto de su boca.

-¿Has seguido mi consejo?-se giró para mirarme, inquisitiva mas tierna a la vez.

-Lo intenté. Pero he mirado por todos sitios al despertarme y no he encontrado la brújula.

Christine suspiró, mientras recogía unas conchas para adornar su cabello, recogido en un moño, dejando entrever su voluptuoso cuerpo desnudo. Las gotas de agua que corrían por sus curvas relucían como si fuesen perlas.

-Ville, mira en el bolsillo de la americana.-me ordenó.

Aunque hacía unos días, cuando me la había dado, había rebuscado allí, volví a hacerlo. Para mi sorpresa, en el bolsillo izquierdo, justo encima de mi corazón, se encontraba la brújula de madera.

-¿C…Cómo es que no puedo verla cuando me despierto?

-Piensa un poco, Ville. Si la tuvieses, se la enseñarías a tus amiguitas y a tus amiguitos, y ellos te preguntarían de dónde la has sacado. Te conozco lo suficiente para saber que les dirías la verdad y te tomarían por loco.-frunció el ceño.

-No creo que lo hiciesen.-susurré para mí mismo, admirando la flecha.

El negro vapor en el que ella se convirtió, volvió a acercárseme, materializándose en mi pecho, donde ella apoyó el oído, aferrándose a mis costados.

-Eres tan ingenuo en el fondo.-susurró.-En estos tiempos no puede uno fiarse de nadie, y tú te fías del primero que te trata decentemente.-me besó encima del esternón suavemente.-Hacerte daño es tan fácil como romper un cristal.

Tragué saliva, perdiendo la vista en el mar. La verdad es que tenía razón. Si no lo fuese, él no habría provocado mi intento de suicidio. Solamente dos palabras, cortantes, o una mera acción eran capaces de desarmarme por completo. Quizás ese era el motivo de que Christine fuera mi onírico ángel custodio. Ella seguía abrazada a mí, acurrucándose en mi pecho, gruñendo levemente de placer.

-Hacía tiempo que no escuchaba tu corazón.-me confesó, entre murmullos que sonaban como cantos de una sirena.-Lo echaba de menos.

-Y él a ti.-sonreí, acariciándole la melena.

Erguió la mirada, sintiéndose halagada. Intenté dedicarle una de mis miradas más sinceras, pero ella se limitó a clavar sus ojos en un punto fijo de la arena, oyendo atenta aquellos latidos, como si fuesen la melodía más intensa.

-Echo de menos también el tuyo, Christine.-susurré en su oído.-Déjame escucharlo.

Justo cuando le dije eso, se convirtió de nuevo en humo, para alejarse de mí y aparecer entre la orilla y yo, de rodillas, cabizbaja. Me arrodillé igualmente y gateé hacia ella, preocupado.

-¿Qué pasa, cielo?

Se mordió los labios, sin atreverse a mirarme.

-No tengo corazón, Ville. Hace tiempo que no lo tengo.

Le besé en la frente, algo desconcertado por sus palabras. Quizás eso explicaba que no se lo hubiese visto la última vez que había soñado con ella. Se atrevió a alzar la vista de sus enormes ojos azules como el mar, y poder clavarlos en los míos.

-Podría hacer algo, pero eso significaría engañarte.

-¿El qué?-pregunté.

-Podría…introducir mi mano dentro y golpear, imitando el sonido. No es lo mismo, pero…

Tomé su rostro entre mis manos. La primera vez que notaba a Christine nerviosa, quizás la primera y última. Junté mis labios con los suyos durante un brevísimo espacio de tiempo, antes de susurrar mi respuesta.

-Hazlo.

Ella, resignada, colocó sus dedos blanquecinos en los laterales de mi cabeza, acercándola a su pecho desnudo. Apoyé allí el oído, como lo había hecho ella con anterioridad. Efectivamente, no escuché nada. Christine introdujo su mano por su espalda, tal si fuese una marioneta, y comenzó a golpear las costillas con el puño. Cerré los ojos, concentrándome en el ritmo y la intensidad de aquellos golpes. Imitó incluso los movimientos de una respiración, para que sintiese cómo mi cabeza los seguía, alejándose y acercándose. Christine había recurrido al engaño como última opción para hacerme feliz. Me quebré la cabeza largo rato, pensando en las sinceras palabras que salían de mis labios y que muchas musas no creían. Argumentaban que era por tener a otras. Y creían que también las engañaba, que los latidos acelerados de mi corazón cuando me rozaban con sus manos, cuando me susurraban al oído, cuando me decían que me querían como yo a ellas, eran fingidos, provocados, como lo hacía Christine. Suspiré profundamente, apretando los párpados.

-A veces me pregunto cómo soy capaz de querer a tantísimas personas al mismo tiempo.

Ella no dudó ni un segundo en contestarme.

-Eso es porque tu corazón-lo señaló con el índice.-está dividido en pedacitos tan pequeñitos que cada uno es capaz de amar a una persona de una forma especial.

Recordé las palabras de aquel que me había dejado, por el que casi llego a suicidarme. Decía que me quería solo para él, que quería que nos comprometiésemos. Me mordí los labios, dejando que un par de lágrimas se escapasen.

-Hay gente que no le gustan esos pedacitos. Que quiere que esté entero para poder  amar solo a una persona.

-¿Pues sabes lo que te digo? Que ellos se lo pierden.-respondió Christine, con ira por saber a quién me refería.

-¿Qué pierden?

-Te pierden a ti.-me miró desde arriba, de reojo, acariciándome la cabeza.-Cuida de ellos, Ville, cuida de tus musas, dales todo el amor que les has dado siempre, como me lo has dado a mí en su día, adóralas, protégelas, y no arriesgues a todos esos que te quieren tanto por uno que no te entiende.

Asentí débilmente, con la música de fondo de los golpes rítmicos de su puño contra las costillas. Erguí suavemente la cabeza, sentándome a su lado. Esta vez, ella apoyó la suya en mi hombro, mirando el vaivén de las olas hipnotizada.

-Christine…-susurré, algo inseguro por preguntárselo.- ¿Por qué no tienes corazón?

Ella no desvió la mirada ni un segundo del océano.

-Porque el mar se lo llevó. El mar se lo llevó.

lunes, 23 de agosto de 2010

El País de Nunca Jamás

-Uf, uf, arf…Coño…



-¡Dios! ¡Dios…ah…! Ah…ah…



-Ya…ya…casi…



-Aguanta un minutito mi a…mi amor.



-Arf…arf…a… ¡Ah! ...¡Ah!…



-¡Ahhh…sí…!



-¡¡Joder!!



Echo la cabeza hacia atrás, abriendo los brazos. Anne se baja de encima de mí para acostarse a mi lado. Me envuelve con sus brazos para poder sentir mis entrecortados y agitados jadeos, los cuales se escapan por mis labios. Una de mis manos la coloco en su cadera; la otra, se extiende hacia la mesita para intentar alcanzar el tabaco y el mechero.



-¿Siempre blasfemas tanto al follar?-me preguntó, riendo levemente.



-Seh.-coloco un cigarro en la boca, mientras lo enciendo.-Ya casi es costumbre.



-Espero que no pienses esas cosas de mi madre.-me abrazó con fuerza.



-Por eso tranquila.-río entrecortadamente, dejando salir el humo.



Permanecemos un rato en silencio. Me mata pensar que dentro de unas horas tengo que ir al bar a trabajar, tras una mañana agotadora de cajero en un supermercado de mala muerte. Bufo asqueado solo con recordarlo. Miro por el ventanal de mi habitación, ladeando la cabeza. El sol se pone, y los reflejos del sol hacen que la melena de Anne sea oro bruñido descansando sobre mi almohada. El éxtasis del sexo va aminorando, las notas desaparecen de mi mente paulatinamente y comienzo a calmar mi respiración. Ella me besa suavemente en la mejilla, intentando llamar mi atención. La miro, con un leve brillo en los ojos.



-A veces desearía que esta tarde no se acabase nunca.-susurro, como hablando conmigo mismo.



-No tiene por qué acabarse todavía.-me sonrió.



Me arrimé más a ella, sintiendo su piel contra la mía.



-Algún día-afirmé.-nos iremos de este nido de ratas.



-Podríamos ir a Finlandia.-propuso, acariciando mis costados.



En cuanto mencionó aquel lugar, me torné pálido.



-No.-repuse.-Tenemos que irnos más lejos. Lejos, lejos de todo.



-Al País de Nunca Jamás.-susurró ella, en un impulso infantil, deslizando sus dedos por mi mejilla.



Quizás en aquel momento, el síndrome de Peter Pan arraigó dentro de mí por primera y última vez.



-Sería perfecto. No envejeceríamos, seríamos siempre jóvenes.-acaricié sus labios con mi mirada.-Y nunca moriríamos. Podríamos estar solos, juntos, alejados del puto mundo. No preocuparnos por nada más que de comer, follar y amarnos.-suspiré.



-Algún día iremos, Ville. Algún día.



Me besó en los labios, muy cálidamente. Le seguí el beso, cerrando los ojos. Recapacité sobre todo lo que habíamos hablado. ¿Cómo podía codiciar un lugar que no existía, que solo era factible en los cuentos? No eres un niño, Ville, deja de fantasear. Las sensaciones azules que sentía me recordaban que quizás aquel país ficticio residía más cerca de mí de lo que podría imaginarme.



Residía entre nuestras sábanas.
[Fotografía cortesía de Anne Standford]

viernes, 20 de agosto de 2010

El camino

Abro los ojos lentamente. Agua, tan solo agua a mi alrededor. De repente, la veo a ella, acercándose a mí, nadando. Su melena pelirroja ondula con el agua, haciéndola parecer una ninfa, una sirena acaso. Se acerca a mí, completamente desnuda, y me acaricia los labios con un dedo. Ya no siento cansancio, a pensar de que me pesa la ropa; ni fatiga, a pesar de no poder respirar. Mi mente grita su nombre una y otra vez, intentando expresar mi sorpresa. Tras tantos años sin verla, seguía siendo igual de bella que cuando la dejé. Ladeó la cabeza, como si estuviese comprendiendo a la perfección mis pensamientos. Colocó ambas manos en su escote, y, tal si fuese una camisa, las apartó, mostrándome sus costillas carcomidas y pulidas por el agua. Tras ellas no había absolutamente nada, un enorme vacio. Intento tocarlo, buscar entre aquella carne muerta su corazón, notarlo latir, pero ella se aleja nadando, sin dejar de mirarme. Se ríe, dejando tras de sí un rastro de burbujas, y comienza a mover las piernas, dirigiéndose a la superficie. La sigo, sintiendo cómo la ropa me empuja hacia abajo. Hago semicírculos con los brazos, pero siento como si estuviese cada vez más lejos. Ella se ha ido, la he perdido de nuevo. ¿Por qué luchar? ¿Por qué ir hacia arriba y no dejarme caer hacia abajo? ¿Por qué seguir ese camino...?

De repente aparezco tirado en el suelo. Entreabro la boca, inspirando profundamente, gimiendo con fuerza al hacerlo. Me levanto, no sin esfuerzo, intentando adivinar dónde me encuentro. Un cuarto oscuro, con las persianas entreabiertas. Un piano en una esquina. Juraría que lo conozco. La marca, la madera desgastada. Es mío. Estoy en mi casa. Me acerco instintivamente al instrumento, notando algo extraño en él. Encima de las teclas, reluce una leve chispita dorada. La tomo entre mis manos.

-¿Qué es esto?-musito extrañado.

-¿Has perdido tus facultades, Ville?-una voz conocida, cercana, dulce, susurra en mi oído.

Poco a poco, la sensación de placer que ese sonido transmite a mi piel va cogiendo una forma antropomorfa. Christine me mira con ternura a los ojos, sonriendo como nunca antes la había visto sonreír.

-Es una brújula. Te dice cuál es el camino que debes seguir.

La miro de nuevo. En efecto, la madera que la envuelve y la flecha dorada indican que lo es. Christine coloca un dedo justo en el centro, un breve espacio de tiempo. Al hacerlo, la flecha se desboca y comienza a girar rápidamente. La sigo con los ojos, sorprendido.

-¿Hacia quién me va a llevar esto?

-Dirás hacia dónde.-responde Christine, acostada desnuda encima de las teclas del piano, riendo.

-Eso quiere decir que llegaré al final solo, ¿cierto?

-Quizás. O quizás no.-ladeo la cabeza para mirarme.

-¿Esto me va a llevar a tu lado?-susurro.

-Puede.-se sienta encima del piano elegantemente, sin provocar sonido en las teclas.

La flecha sigue oscilando salvajemente, clavándose en mi mirar que la sigue con ansiedad. Comienza a soplar un leve viento, que hace ondear el cabello de Chistine. Mis manos comienzan a temblar, peligrando la brújula. Cierro los ojos con fuerza.

-¡¿Por qué esto no se para?!-chillo.

Aquel metal dorado me obedece, deteniéndose en seco. Miro hacia dónde señala, con nerviosismo. Justo en medio y medio de mi pecho reluce la punta afilada.

-¿P...Por qué me señala a mí?

Christine aparece apoyada en mi hombro, etérea, grácil, desnuda, susurrando en mi oído con su dulce voz.

-Quizás quiere decir que sigas a tu corazón.-se desvanece, dejando un leve rastro de humo, que danza por la habitación.

-He seguido a mi corazón toda mi vida, y siempre me he equivocado.

-Entonces...-se sitúa enfrente de mí.-probablemente quiera indicarte que te preocupes un poco más por ti mismo y dejes de depender de los demás.-coloca dos dedos bajo mi barbilla, haciendo que estire el cuello y le enseñe la herida, la cuál abre con sus uñas afiladas, con un solo arañazo.

Hago un ademán de dolor, llevándome ambas manos al cuello, y junto a ellas la brújula. Al separarlas me doy cuenta de que no estoy sangrando. Christine se ríe, y su risa, aunque suave, provoca un misterioso eco en mis oídos. El humo se acerca a mí con rapidez, haciendo que aparezca, corpórea, rodeando mi cuello con sus brazos.

-Sabes que no soportaría perderte.-susurró con angustia, cerca de mi rostro.

-Pero también que yo no soportaba la idea de perderle a él.

-No te merece.-niega, con rabia.

Se separa un poco, soltándome. Endulza el tono de voz, posando una mano en mi pecho, haciendo presión con dos de sus dedos, como para sentir mejor los latidos que emanaba.

-Deja que tu corazón se detenga por sí solo. Mientras tanto, sigue la brújula. Ella te indicará cuál es el camino correcto-me besa en la frente muy suavemente. Posa la otra mano en el otro lado del pecho. Cierro los ojos.

El camino correcto...-susurro, antes de abrir los ojos

Miro a ambos lados de la cama. Solamente me acompaña el regusto azul de sus besos. Y el rumor del agua.

 [Photos taken in Deviantart]

jueves, 19 de agosto de 2010

Yksinäisyys

Me palpo el cuello suavemente. La herida profunda, cerrada por unos puntos, ya no rezuma sangre. 
Solo recuerdos. 
Autumn me mira desde el otro lado de la cama. Rehuso mirarle por un instante. No esperaba que nadie me viese así. Débil, indefenso, frágil, con un respirador que me impide hablar. Solo articulo las palabras. Puedo verlas aunque no las escuche, y veo que son rojas. 

-¿Por qué te hiciste esto, Ville?

-Por...por una persona. Le dije que no me abandonara antes de...quedar sin sentido. Él me dijo que siempre estaría conmigo. Y ahora que estoy vivo me suelta que solo quiere ser amigo mío.-muevo los labios, haciendo ademán de gritar. Posteriormente, suspiro.-Todos dicen lo mismo. Siempre me dicen eso. Luego descubren quién soy y se van.

-Sé quien eres; eres Ville Virtanen. Tocas el piano, te gusta el algodón de las ferias. -sonríe mirándome a los ojos.

-Sí, pero no es el mismo Ville Virtanen al que le murió su madre, que dejó suicidarse a su hermana, que se metió de todo lo habido y por haber, que consume alcohol y tabaco, que se mete caballo, que piensa "¿Y si yo nunca hubiese nacido?", el mismo que odia que le toquen porque escucha las cosas que siente...-suspiro.-Ese Ville Virtanen es del que todos huyen

Miro por la ventana. Las hojas del árbol que yace junto a mi ventana, comienzan a bailar a causa del viento. a veces desearía subirme a la cornisa y poder adivinar el color de su baile. Y tararear una leve música entredientes para que bailen a su son. Solo unos desagradables tubos y vías me impedían llevarlo a cabo.

Al final él se fue. Todos, todos se van. 

                                                                                    ***
Ojalá dejase Anne de llorar junto a mi cama, ojalá pudies calmarla. ¿Pero cómo se calma a alguien si no tienes voz para susurrarle que estás bien? 


- No lo vuelvas a hacer...-cerró los ojos.-¿Sabes? Si te hubieses muerto, piensas que no nos hubiese importado, pero al revés...Suicidarte, ¿de que sirve? Para hacerte daño a ti y a mas gente.

-Sirve para olvidarlo todo.-articulo, con tristeza.-Por eso mi hermana lo hizo.

-Yo pensé lo mismo al intentar...suicidarme...Pero lo único que haces es dañarte a ti mismo y a los que te aprecian.

Suspiro, oprimiéndome la camisa del pijama.

-Mira cómo me ha...dejado.-tuerzo el labio.-Al final todos se van...-vuelvo a mirar por la ventana. Algunas de las hojas todavía permanecen mirándome desde el otro lado del cristal. 

-Te quiero, mi Peter Pan.-susurra Anne con voz débil, apoyando la cabeza en mi pecho. 

-Y yo a ti, mi campanilla.-intento besarle, pero al percatarme de la mascarilla, me quedo en blanco. Ella ladea la cabeza para poder mirarme, sin dejar de abrazarme. 

Suspiro muy profundamente. Me palpo el cuello. Por alguna razón no había llegado el momento. 

-Necesito irme a Nunca Jamás contigo-le dije.- y no morirnos nunca, y poder estar juntos sin que nos hagan daño

-Tranquilo iremos al Pais de Nunca Jamás...en cuanto se pueda.

-¿Y eso cuándo será?

-Muy pronto...Tenlo por seguro.


                                                                         ***

Pasó una semana antes de que pudiese irme de aquel lugar. Mientras me abrochaba la camisa, pienso en todo lo que te dije, y todo lo que pude haberte dicho. Pienso en todo lo que podríamos haber vivido juntos. Recuerdo lo que me decías, que me querías, que era tuyo, que no me abandonarías. Trago saliva. ¿Por qué lo has hecho entonces?


Intento gritarle a la nada lo mucho que te necesito, pero mi voz escapa de mi garganta en forma de susurros entrecortados, que sugieren un angustioso adios... Ojalá no fuese para siempre. Ojalá supiese que me quieres. Ojalá supiese lo que es cierto y lo que es mentira.

Me coloco la americana, dispuesto para irme. Solo.

Miro por la ventana. Ya no hay hojas. El viento se las ha llevado.

Todas se han ido. Todas, todas se van...

miércoles, 18 de agosto de 2010

Rojo

Ojalá nunca hubieses mencionado irte. Ojalá me mintieses y me dijeses que me querías. Comienza a crecer como un cáncer una fuerte opresión en mi pecho, mientras te suplico que te quedes a mi lado. Y tú me respondes que no, que quieres mantenerte al margen. Rompo a llorar, te susurro lo mucho que te necesito conmigo. Y tú no cejas de tu idea. Sigues diciendo que quieres irte. Te giras hacia la puerta. Siento que mi vida se va contigo.

Saco una navaja con el mango de marfil del bolsillo, sin que te des cuenta. La abro ágilmente.

-Sabes que te dije que sin vosotros me moriría, ¿no es cierto?-apoyo la navaja sobre mi yugular.-No era un farol.-al compás que caen mis lágrimas, clavo la navaja de un movimiento seco.

La sangre corre por mis manos, mientras retiro el arma, emanando un chillido de dolor. Te giras. La herida es pequeña, mas profunda, y emana una gran cantidad de humor bermejo, tanto que no tarda en manchar mi camisa.

-¿¡Qué coño has hecho!?-me arrebatas la navaja, cortándote tú también.

Tu sangre y mi sangre se fusionan, se entremezclan, formando distintos matices en ambas manos. Todavía perdura en mi subconsciente la melodía distorsionada y chirriante que produce el frío metálico en mi piel. Me dejo caer en el suelo de rodillas.

-¡Voy a llamar a un hospital!-coges el teléfono con ansiedad.

Te lo arrebato de las manos, de un golpe seco.

-¡Deja eso o sigo!-vuelvo a agarrar la navaja.

De repente siento cómo me flaquean las fuerzas, me abandonan como tú quieres abandonarme. La herida sigue sangrando. La envuelves con tu chaqueta, intentando detener la hemorragia. Tumbo la cabeza en el suelo, ladeada. Escucho muy cerca de mi oído las gotitas de sangre caer.

Plic…
Plic…
Plic…

Toso un par de veces. Un regusto a ese líquido me embarga el paladar. Chasqueo la lengua intentando cerciorarme. Efectivamente lo es. Intento tragar saliva, pero vuelvo a ahogarme con ella y la escupo. Llega un momento en el que lo que haces no lo sé ni me importa. Vas a irte, como todas, como todos. Pero esta vez me iré contigo.

Plic...
Plic…
Plic…
Replica la sangre.

La opresión de mi pecho se calma, se convierte en una sensación de alivio, como si me quitase un peso de encima; mi propia vida. Siento mi corazón latir muy lento contra mis costillas, pero a la vez con fuerza, como si se aferrase en seguir intentándolo.

Bum…
Bum…
Bum…
¡Cállate!-responde mi mente.-No me dejas descansar.

Cierro los ojos, sintiendo cómo se me entrecierra la garganta. Doy unas leves bocanadas para coger aire, sin resultado. Murmuro, como en sueños, todas aquellas frases que nunca me atreví a decirle. La sangre se escapa, la vida se apaga, el corazón se calla.



-Todo es de color tan rojo… ¿Por qué todo es…tan rojo? No…no me gusta el rojo…

 

[Photo by 04young of Deviantart]

martes, 17 de agosto de 2010

Synesthesia

A veces los días son tan rojos que hasta duelen. Todo es rojo cuando estoy triste. Las farolas emanan tonos vermejos, los reflejos del cielo me tiñen de ese color. 






Todo se vuelve azul cuando me miras. Cuando sonríes, cuando me dices que me quieres. Siento mi corazón acelerarse dentro de mi pecho, provocando más latidos azules, del mismo color del mar. 






Si me abrazas, un potente Verde se entrelaza, formando unas tonalidades dulces, que se traducen en una suave música que resuena en mi cabeza, unos perfectos acordes...



La lluvia cae en matices violetas. Colisiona contra mis mejillas, y me hace sonreír. Me gusta el sonido de la lluvia. Es como el pizzicatto de un violín, lento, pausado, que susurra en mi oído rumores fríos, que me recuerdan a mi país.


Una vez me dijeron que era una enfermedad. Pero ¿quieres saber lo que pienso?







Que una enfermedad no puede ser tan bella