sábado, 1 de enero de 2011

One kiss

Esa palpitante sensación que noto al verte, las rachas de azul. No un azul corriente, un azul verdoso, un azul turquesa. Azul metálico, contaminado, y tan puro a la vez. Como sus ojos. Recuerdo haberla visto aquella vez en la calle, pobrecilla, rodeada de todos aquellos yonkis, en tierra extraña. Por sus venas corría la misma sangre que por las mías. Sangre fría, coagulada, sangre de una tierra en el barranco de Europa. Un barranco por el que gustoso me habría tirado cogidos de la mano. Era como adrenalina lo que subía por mi pecho arriba, como ácido que corroe, como estimulante que acelera el corazón. Hablamos durante tiempo. Palabras despedidas por mis labios que se introducían en sus oídos como una celestial caricia. ¿Cómo podía una mujer de su calibre haber acabado en aquel mundo de corrupción? En aquella calle, con aquella gente malhablada y sucia. Era mi gente, no la suya. Le arrebaté la jeringuilla de las manos. Pobrecilla, aún temblaba. Me dijo que tenía piso, tan pequeño que apenas su gato y ella podían habitar en él. Amablemente le ofrecí morada.

Y otra vez aquel azul, como mar envuelto en algas, algas que me anegan, me asfixian, son horcas para mi cuello, y aún así soy capaz de conversar abiertamente con ella. Tratamos temas tabú, hablamos de drogas y sexo. ¿Tu primera vez? me preguntó, con su vocecilla dulce; inconcebiblemente corrompida. La simple imagen de mi cuerpo siendo catado por otra mujer la hizo sonrojarse. La imaginación me ayudó a visualizar su sexo abierto como una flor, ante mí, tan frágil, tan delicado. Una orquídea tal vez, una rosa con cien mil pétalos que debía deshojar. Quiso que durmiésemos juntos, en mi cama. su primera noche, quizás estaba asustada. Se aferró fuertemente a mí, tras haber conversado tanto, tanto, era como si fuésemos viejos amigos.

De nuevo aquel palpitar, aquel azul, contra su mejilla, contra mi pecho, mis costillas, a punto de desgarrarlas, de un golpe seco, rajarlas, quebrarlas, romperlas, como seca madera, como un cascarón, como un cristal contra el suelo. Mas continuo respirando tan tranquilo, relajado, muy lentamente, al tiempo que le acaricio el cabello negro. El fuego se aviva, la tomo en brazos, ella sabe lo que pasará después, yo lo siento dentro de mí abrasándome las venas. La beso en los labios efusivamente, como si el único aire que pudiésemos respirar es el que emana la boca del otro. No, no podemos, tengo novio. Susurra, entre jadeos. Está excitada, su sexo emana un líquido caliente como lava. Mis dedos se acercan a la zona, la roza, notan el calor que emana. No me importa. Escupo, chillo acaso. Siento mi miembro como una navaja, recto, cortante, deseoso. Palpo sus brazos, repletos de cicatrices, al igual que mis manos. Ranuras que rellenar con ese azul que me abrasa la garganta, por esa sangre que corre por nuestras venas, sangre gélida, helada, sangre finesa. sangre ahora en su punto de ebullición, a punto de evaporarse. Las secreciones calientes, la saliva escasa, el corazón a punto de hacer estallar el cuerpo.

Entonces llegó el beso.

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