lunes, 30 de agosto de 2010

Tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero



-Ha sonado magnífico, Ville.-exclamó Aileen, mientras me bajaba del escenario y me dirigía hacia la barra.

-Mentirosa.-sonreí, apoyando ambas manos en la barra e impulsando mis brazos hacia ella, para poder besarla pasionalmente.

-De mentirosa nada.-murmuró contra mis labios.-Sabes que en cuestiones musicales nunca miento.

-Vale, vale.-deslicé las manos bajo su apretadísima camiseta, jugueteando con el broche de su sujetador.

“¡Ville!” susurró riéndose, dejándose hacer. Comencé a mordisquear su labio inferior frenéticamente, mientras ella se aferraba a mi espalda, tirando de mi camisa hacia delante. En ese momento, su jefa nos miró con mala cara. Aileen optó por separarse, algo ruborizada, mas satisfecha en cierto modo de su acción. Yo me dejé caer en la silla, indiferente de la reacción de ambas.

-Tras el trabajo te espero en mi casa.-susurró ella, guiñándome un ojo.

-Descuida, nena. Iré.

Apoyé ambos codos en la mesa, mientras ella me servía un vodka finlandés, como todas las noches. Dejó junto a mí el vaso y la botella, para que lo llenase cuando quisiera. Suspiré. Aquella canción que tanto le había gustado a Aileen no era más que el resultado de mi intento de suicidio. Me había sentido tan frágil, tan efímero, aunque me aferrase en luchar, como aquellas notas veloces sugerían, al final acabé decayendo, rindiéndome. Había recordado, tirado sobre mi propia sangre, todas las palabras de amor que me había dedicado, en vano, solamente porque, en un posesivo deseo, me quería  solo para él. Recordé que había dicho que adoraba sentir mi corazón, y apenas se inmutó cuando vio que se detenía. Una sola visita al hospital me hizo posteriormente, y fue para decirme que no me quería. Era la primera vez que la canción veía la luz, ante la atenta mirada de los espectadores, de los admiradores, de las admiradoras secretas, de Aileen. Pero era solamente un concienzudo código que solo yo podía descifrar, y conocer los entresijos de la melodía. Negué con la cabeza, intentando espabilarme. Aquel era un capítulo cerrado en mi vida. Había demasiada gente que me quería, como bien había dicho Christine, como para detenerme en alguien que no merecía la pena. O quizás era yo el que no la merecía. En todo caso, tenía que hacerme a la idea. Al final todas las musas, mujeres y hombres, se acaban yendo.

En medio de mis pensamientos, sentí una mano posarse en mi hombro.

-¿Virtanen? ¿Ville Virtanen?-escuché una voz cavernosa a mi lado.

Miré de reojo hacia la fuente de aquel sonido, indiferente.

-¿Quién pregunta?

-Vamos, hijo de puta, no me dirás que no sabes quién soy.

Erguí la cabeza, sin dejar de aferrarme a mi vaso. Era un hombre, más o menos de mi edad. Tenía el cabello completamente despeinado y un aspecto desaliñado, de vagabundo me atrevería a decir. Llevaba un carcomido abrigo de piel, un rasgado jersey azul marino, y unos vaqueros desgastados. Reparé en su rostro. Tenía los ojos pequeños y verdes, la cara un poco rechoncha, al menos mucho más que la mía, aunque el resto del cuerpo estuviese consumido. En uno de los orificios de su nariz, pude ver restos de sangre seca. Fue entonces quizás, hilando recuerdos y vivencias, cuando pude reconocerle.

-¿Nicolai?-mascullé, incrédulo.

Asintió, sonriendo. No me lo podía creer. Aquel mismo Nicolai que había visto por última vez en un bar de mala muerte de Finlandia, poniéndonos hasta el culo de caballo, estaba ante mí, de una pieza. Me levanté bruscamente de la silla y le abracé eufórico. Él compartió mi alegría, la cual nos transmitimos mutuamente mediante unas fuertes palmadas en la espalda. Volvimos a observarnos mutuamente en cuanto nos separamos, sin dejar de agarrarnos por los hombros.

-Maldito bastardo, ¿qué coño haces aquí?-reí todavía sin acabar de creérmelo, mirándole de arriba abajo.

-Es una larga historia.

-Esto hay que celebrarlo.

-Tengo algo con lo que hacerlo.-susurró.- ¿Vamos al baño y lo probamos, por los viejos tiempos?

Asentí, sonriendo. Con cuidado de que Aileen no me viese y me riñese, nos dirigimos ambos al baño de hombres, el cual cerramos con el pasador en cuanto estuvimos ambos dentro. Nos acercamos al lavabo, casi a la vez. Nicolai esboza una sonrisa mientras saca de su bolsillo una bolsa transparente contenedora de un polvo blanco y brillante. Vierte parte del contenido encima del mármol. Posteriormente, lo agrupa con el carnet de conducir, viejo, roído por los años y sin renovar. Al menos, forma unas rayas bastante decentes. Saco entonces mi cartera de piel, dejando salir de ella un par de billetes de 50; uno para él y otro para mí.

-Parece que la suerte te sonríe, amigo.-sonríe, dejándome ver unos dientes desgastados por la droga.-Hace tiempo que no veo tanta pasta junta.

-No te creas que es tanto. 30 euros por noche, que son 900 al mes.-enrollo el billete con agilidad, formando un tubito.-Contando que apenas como pero que fumo y consumo…

-Siendo tú, al menos seguro que te ahorras el dinero de las putas.-me da un codazo, riendo.-Al menos si sigues conservando el je ne sais quoi que tenías en su día.

-Eso creo.-río leve.-Pero ya sabes cuál es mi problema.

Nicolai mira su billete, el cual intenta enrollar torpemente con sus dedos temblorosos.

-Que si lo sé. Al final te acabas enamorando de esos pedazos de carne.

Cojo el papel, pudiendo formar un tubo igual que el mío rápidamente mientras habla. Posteriormente se lo entrego, para poder colocar mi billete en un orificio de la nariz y acercarlo a una raya.

-Ojalá solo fuesen pedazos de carne.-mascullo, antes de respirar fuertemente, dejando que aquel polvo blanco entre dentro de mí. Levanto la cabeza y separo el tubo, algo aturdido.

-¿Qué pasa, Virtanen? ¿Te falta práctica?

-Supongo.-muevo la cabeza intentando espabilarme.-Ahora estoy acostumbrado a chutármela.

-¿Y fumándola?

-¿Crack? Lo hago a veces, pero me marea bastante. Por vena entra bien.-me rasco la nariz, mientras veo cómo mi amigo esnifa otra de las rayas.

-Estás hecho un flojucho de mierda.-ríe, apoyándose en la pared, débil.

Al ver su estado, soy yo el que prepara otras dos rayas más, agrupando las partículas blanquecinas con el carné de Nicolai. No quiero replicarle, prefiero encauzar la conversación hacia otro tema.

-Dime, Nicolai, ¿qué hiciste tras mi marcha? ¿Me echaste de menos?-bromeé.

-La verdad es que no te imaginas cuánto. Llegué a intentar suicidarme.

-Sí, claro…-río, pensando que él me seguía la pantomima. Al no escuchar una risa en respuesta, me giré incrédulo para mirarle.- ¿En serio?

Asintió sin apenas fuerzas. Tragué saliva.

-Te estuve buscando tres años.-susurró.-Eras mi única familia, tío.

Respiré fuerte, sin saber bien qué contestarle.

-Lo siento.-bajé la cabeza.-Tenía que hacerlo, joder. No aguantaba más.

-Podrías haberme avisado e iríamos juntos.-respondió, convencido.

-Necesitaba hacerlo yo solo.

Permanecimos sin decir nada. El ánimo de Nicolai seguía flaqueando, mientras revivía los remordimientos que había sentido al irme y abandonarles a él y a Christine. Volví a experimentar aquellos leves pinchazos en el pecho al recordarles, mientras dejaba que el tren prosiguiese su camino y me llevase lejos de mi país. Sentí unas tremendas ganas de romper a llorar, quizás por el bajón que producía mezclar coca con alcohol. Aún así, miré a Nicolai a los ojos, mientras este luchaba por mantenerse de pie.

-Apuesto a que no tienes dónde pasar la noche.

-Apuestas bien. Aunque estoy acostumbrado a dormir en la calle, por unos días más no pasará nada.-sonrió, volviendo a enseñarme aquellos dientes enfermos.

-Vente a mi casa, por lo menos hasta que encuentres trabajo y un piso.

-No quiero molestar…

-No molestas.-le devolví la sonrisa.-Te lo debo, por las molestias que debí causarte todos estos años.

Se dejó caer hacia delante, sobre mí. Sostuve su cabeza a escasos centímetros de mi pecho, temiendo que se hubiese desmayado. Le di unas leves palmaditas en la mejilla, intentando que volviese en sí. Me agarró sin más previo aviso por en hombro y acercó su boca a mi oído.

-Gracias.-susurró con voz apagada.

No pude evitar esbozar una leve sonrisa, mientras le ayudaba a ponerse en pie. “Vámonos a casa" propuse mientras le agarraba por el brazo, ayudándole a caminar, y salíamos ambos por la puerta, no sin antes haber guardado la cocaína. Habían pasado tantos años y todavía compartíamos aquella amistad mutua, aquella empatía.

Tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.

2 comentarios:

  1. Me encanta... te amo...

    Att:Aileen.

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  2. Ahi estoy yo, otra vez! Hablando en serio, esta bien la historia, muy descrptiva, pero me pusiste a parir.xd

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