miércoles, 1 de junio de 2011

Cuando se apagan las luces

Rápido, mueve las pelotas entre tus manos, ágilmente, suave, no dejes que se te caigan. Ni una. Mantenlas seguras. Las mazas, gira, gira, deprisa, más, mucho más, que no se escapen, que no te controlen, contrólalas. Y más rápido.

...

Cuando se apagan las luces... ¿qué es lo que queda?

Mi barbilla se alza levemente. El fulgor de un foco cae sobre mi cuerpo violentamente, iluminándolo con una luz blanca y enferma, y a la vez con matices dorados, como el dinero, como la fama. El resto está sumido en la más profunda oscuridad. El vacío impera en las butacas; un lugar ahora yermo, vacío, ningún público florece, ni aplaude, ya no. Tras el espectáculo, el bullicio, el agotamiento emocional, viene la calma, el sosiego, y al tiempo, ese sentimiento de desnudez, de sentir que te has desvivido, has mostrado tu alma sin tapujo alguno, vaciándola completamente de contenidos, y a la vez manteniendo en ella esa pesada negrura del que guarda un secreto. Noto la respiración agitada, haciendo convulsionar mi pecho desnudo, por el cual con total libertad fluyen las gotas de sudor. Y a la vez un gran escalofrío en la columna me sobrecoge. Puedo notar entonces que sobre mis hombros está mi americana negra. La soledad se hace patente y late en el silencio de un escenario cubierto del polvo de los sueños rotos, de la vida que se agota y de la muerte por venir. Entonces, un sordo y agudo repiqueteo resonó en la estancia, débilmente, plic, plic, plic. Mi cuerpo se mantiene estático, impasible, mas no en tensión. En el fondo sabía que no estaba solo.

-Ville.-una voz entonces irrumpe, muy clara y femenina.

Poco a poco siento la presencia del nuevo ser más cerca de mí, aunque su cuerpo no emana calor, ni se le escucha respirar, ni cualquier otro indicio que pueda denotar vida. Giro levemente la cabeza hacia el lugar del que emana la voz. Un top de color negro y una falda bermeja de lunares blancos esconden su cuerpo de carne alba. Ella, con los labios pintados de un rojo intenso, vuelve de nuevo a replicar, con un ápice de reprimenda con su timbre grave, sensual y seguro:

-¿Qué haces todavía aquí?

-¿Ch…Christine?-es lo único que mis labios son capaces de articular. Una sonrisa recorre los labios de la pelirroja, mostrándose al principio ladeada, pícara, dominante, y poco a poco extendiéndose al otro extremo del labio, tornándose así dulce y tierna.

Giro mi cuerpo completamente para poder quedar frente a ella, mirándola a los ojos profundamente. En aquellos dos orbes del color del océano parecía estar contenida la inmensidad del cosmos. Fue en cambio uno de sus pies descalzos el que dio el primer paso hacia delante, torciendo levemente el talón para orientarlo hacia el borde del escenario, grácilmente. Volvió de nuevo a alzar uno de sus pies, apoyando la punta de los dedos en el suelo, anteponiéndose al otro, paulatinamente apoyando toda la planta en el suelo. Un par de cortos pasos, que ni siquiera dejaron la huella de vaho a su paso, sino que alteraron livianamente el transcurrir de las motas de polvo de alrededor, las cuales se alzaron para danzar junto al humo del que su estructura estaba conformada, la hicieron acercarse a mí, manteniendo su mirada clavada en mis ojos. Como si fuese una estaca entre ceja y ceja.

-¿Quién si no?-respondió, alzando una ceja levemente con un deje sugerente.

Extendí los brazos hacia ella sin pensarlo, con el firme propósito de cercar con ellos su cuerpo esbelto, mas mis manos se cerraron en puños, deteniendo su avance sobre sus codos. Había algo que no terminaba de encajar.

-P…Pero…No soy consciente de haberme dormido. ¿Cómo es que estás aquí?

-Bueno, tú mismo lo has dicho: no eres consciente.-inclinó entonces su cintura hacia mí, apoyando ambas manos en mi pecho como solía hacer, fijando en él esta vez la mirada mientras aprehendía con ambas manos las solapas de la americana.-Acabas de perder el conocimiento en plena calle; eso te pasa por mezclar.-apostilló, aclarándome entonces el asunto.

Los recuerdos comenzaron a hacerse diáfanos en mi mente, mas todavía se presentaban en vagos flashes sonámbulos. El vodka corriendo por mi garganta, los cristales irrumpiendo en mi nariz, la droga inundando mis venas, mis pupilas dilatándose hasta nublar mi visión, el corazón acelerándose, la boca seca, los sanguinolentos orificios nasales dejando fluir el humor como si fuese una fuente, y después…

-¡¿Qué?!-exclamé, apartándome bruscamente de ella. Me aferré al pelo fuertemente, tirando de él, sin siquiera saber si era para poder recuperar la consciencia en el mundo real o para esconderme de mí mismo.- ¡Qué vergüenza, joder! ¡Joder… tengo que despertarme, tengo que despertarme!

Irrumpió la mano de Christine aprehendiendo mi muñeca repleta de cicatrices y tendones inflamados y mal curados, haciendo que mi mirada poco a poco se alzase, para volver a encontrarme con sus ojos azules.

-Vamos.-clamó, tirando de mí hacia ella. Podría haber opuesto resistencia, mas me fui dejando llevar, mientras sus pies apresuraban su paso entre las motas de polvo.-Estarás cansado.-La negrura fue inundando mi campo de visión, hasta que nos perdimos entre el suavísimo material grueso del telón carmín.
                                                          ***

Entreabro los ojos a golpe de parpadeos desesperados por saber dónde me encuentro. Las luces esta vez son mucho más tenues y agradables, facilitan mi visión. De repente, algo fino sobre los labios, me veo obligado a pinzarlo, sin saber siquiera de qué se trata. Algo frío colisiona contra mi pecho, teniendo que alzar las manos para poder tomarlo entre ellas, para poder poco a poco, a base de palparlo ciegamente, reconocer que es un vaso, que todavía sostiene Christine entre las manos. Inclino la barbilla para poder ver su interior; tras el cigarrillo que pende en mi boca, puedo vislumbrar un líquido transparente en él, como si fuese agua.

-Christine.-le cuestiono; aunque mi mente está aletargada, mi voz suena diáfana y serena, contundente.- ¿Qué es esto?

El joven espectro sonríe, soltando el vaso de vidrio para que pueda contenerlo en mis manos. Es entonces cuando su color, instantáneamente, torna a un marrón amaderado, que me resulta tanto menos familiar.

-Es bourbon, querido. Sé que hace tiempo que no lo tomas.

Me gustaría saber cómo diablos lo sabe, pienso. Y luego suspiro; para aquellos sueños no tenía ni una explicación razonable, eran demasiado perfectos y realistas para ser diseñados por mi mente, pero excesivamente surrealistas para ser realidad, y tremendamente nítidos para tratarse de un delirio. Acerqué el filo del vaso a mis labios; al entrar en contacto con mi saliva, el líquido, por aquellos lugares que el espeso humor transparente había rozado, se tornaba de color azul cyan, haciendo que lo apartase de mi boca por acto reflejo. Una gotita de sudor, vista a trasluz, cayó justo en el centro, creando en el interior del licor gráciles formas bermejas, espirales redondeadas como hilos de seda. Una carcajada sutil se escapó de los labios de Christine. Era cosa suya, y sin embargo no era capaz de librarme de mi asombro. Una humareda negra recorrió la sala en menos de un segundo, y, antes de que pudiese reaccionar, la mujer pelirroja se encontraba sentada en un sillón tapizado en rojo, haciéndome, solamente con un alzar de ceja, el gesto justo y necesario para que me acercase, con el vaso multicolor de bourbon y el cigarro apagado en los labios. Sin que se lo pidiese, se inclinó hacia mí y, con un mero soplido sobre la punta, la hizo arder, provocando que soltase aquel característico humo gris perla con sabor a nicotina. Y volvió a sonreír airosa, mientras me sentaba a su lado.

Deslicé mi mano por mi mejilla, pudiendo sentir la oleosa textura del maquillaje corriendo por mi rostro, descubriendo un ápice de carne alba bajo pintura circense. Ladeé la cabeza levemente con un deje de cansancio. Christine, tumbada en el sofá, encendió su propio cigarrillo con tranquilidad, mas el humo se le escapaba entre las costillas al descubierto entre las sanguinolentas heridas de su torso justo antes de poder saborearlo.

-¿Alguna vez has sentido como que tu vida es una obra que nunca vas a interpretar?

-Ahá.-respondió, atusándose la melena pelirroja con las dos manos mientras sostenía en los labios el cigarrillo.-La vida es un ensayo todavía, Ville, y nos sale tan pésimo que nunca llega a representarse. Por vergüenza.

-Es difícil exhibir algo así delante de todo un público.-le repliqué inclinándome hacia delante con ambas manos apoyadas en las rodillas. Sabía lo que era que mi vida fuese un espectáculo.-Y menos ante uno tan extremadamente numeroso y tan asquerosamente exigente.

-Cuenta que tu obra no le va a gustar a mucha gente, amor, pero es tuya, y tú la manejas como te dé la gana. El espectáculo debe continuar.-interrumpió la conversación para darle una calada a su cigarrillo, en vano, pues el humo volvía a escaparse.- ¿Recuerdas?

Sin presar atención a esta última contestación, desvié la mirada al techo en un gesto meditabundo. Quizás eso explicaba mis rocambolescos ropajes. La brújula, fue en lo primero en lo que pensé. De nuevo, aquel elemento irrumpía en mi obra onírica particular, haciendo que todo cobrase sentido, y al instante lo perdiese como si fuese vapor de agua. Un suspiro envuelto en humo se escapó del filo de mis labios, danzando por la estancia con sus mil y un giros de bailarina.

-Si te das cuenta, siempre hay un aspecto que a los demás les horroriza de ti. Aunque te esfuerces en ser la mejor persona, el único resbalón que cometas será motivo de mofa. Y siempre los que somos buenos en el arte, cometemos miles de errores en la vida privada, por eso nos refugiamos en él.

-No estoy de todo de acuerdo con eso, cielo.-se apresuró en responder Christine, acercándoseme  como se arrastraría una serpiente hacia su presa, con esa inicua elegancia.-No sólo nos refugiamos en el arte los que somos mejores.

De nuevo volví a reflexionar en silencio, clavando la mirada en un punto fijo de la pared. Esta vez mis pensamientos consiguieron fruncir mi ceño con amargura.

-Y el arte nos convierte en sus esclavos. Mira Nicolai, echado a perder en las garras de las drogas…Y yo…créeme que si estuviese plenamente satisfecho conmigo mismo no habría hecho la mitad de cosas que se me pasaron por la cabeza.-extendí ambos brazos, sosteniendo el pitillo entre mis labios. Las cicatrices todavía sin cerrar se cernían por el contorno de mis muñecas. Asfixiándolas.-Y tú, Christine.-me giré para mirarla. La amenaza de mis palabras la hizo enmudecer.-Seguramente si no hubieses comenzado a tocar el violín, nunca habrías estado enferma.

Frunció el ceño, no en una mueca de amargura o de rabia, sino de desagrado, como si su cicatriz coincidente con su columna vertebral comenzase a arder bajo la piel. Quizás, dentro de sí agradecía que no hubiese vuelvo a pronunciar aquel nombre científico que se le clavaba en el tímpano cada vez que lo escuchaba, o probablemente me reprendiese silenciosamente que no le llamase a las cosas por su nombre. Lo único que hizo en respuesta, es tornar su semblante en un reflejo de súplica, respondiendo con convencimiento para excusarnos:

-No es nuestra culpa, es la música, que nos corrompe.-relajó sus etéreos músculos tensos entonces, desviando la mirada para argumentar.-Y aún así, nos da la vida a pesar de dirigirnos hacia la muerte. Es irónico.

Un suspiro se culminó en mis labios al escuchar aquella verdad tan desnuda, tanto como la piel de Christine, que mismo dejaba ver la estructura de sus opresoras costillas. En cuanto me di cuenta, de nuevo aquella aguja se clavó en el centro de mis ojos. La dorada brújula de ébano me apuntaba desde el regazo de mis piernas, con la misma frialdad y seguridad que una navaja empuñada por una mano asesina y experta. Un tacto de arpegios relajantes se mostró entretejiendo notas en mi nuca, hasta que unas largas uñas la aprehendieron, sintiendo un susurro cerca de mi oído:

-El guión no se escribe sólo, Ville. Enhebra las líneas, intercambia los diálogos y disfruta de cada manchurrón de tinta. Hasta que se apaguen las luces.

En ese momento, los plomos se fueron fundiendo tenuemente, envolviendo la estancia con la oscuridad más espesa. Mismo la mano de Christine, que se posaba entre mi corazón, mi vientre, y perpendicular a la flecha enhiesta, comenzaba a difuminarse entre humo diluido e ininteligible. Busqué su rostro entre la confusa negrura, buscando de ella desesperadamente una última respuesta, entre cansadas verbas y dolor en el epicentro de la garganta.

Cuando se apagan las luces... ¿qué es lo que queda?

No hay comentarios:

Publicar un comentario