
Dices que cierras los ojos y sabes que estoy a tu lado. Me mantengo en silencio, e incluso así sabes que estoy cerca. Cuando te abrazo por detrás, mi exiguo calor, mi olor me delatan. La luz azul es fría, cielo, tócala, es la luz de un hijo del invierno, no sabe convertirse en una vivaz energía calorífica. Es una luz triste. Y aún así, chispea cuando estás conmigo. Me haces sonreír, y cada sonrisa será un minuto más de vida. Vida, no respiración forzada, corazón de latidos mecánicos. Vida.
Apenas pude terminar el instituto, de hecho, ignoro si mis estudios serán válidos en este país. La única que me enseñó fue la calle, de hecho, fue la única que parecía quererme. Y sin embargo, me cualificas de médico. Un médico que cura corazones enfermos. Nena, el tuyo lo cuidaré como si fuese un pequeño y cándido tesoro, como si fuera una flor de escarcha.
¿Un consejo? Nunca abandones esa luz plateada que desprendes, no dejes que se apague. Continúa rozando mi piel con tus dedos de artista; esa exótica escala Kumoi siempre logra ponerme de buen humor. Y recuerda, sé como el bambú, que aunque sea frágil, el viento nunca conseguirá arrancarlo de la tierra donde está clavado.
Hermoso. Me conmovió.
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