martes, 7 de septiembre de 2010

Behind the mask

Entro en una sala repleta de gente, provocando un estentóreo ruido al abrir la puerta. Vestidos de época se deslizan grácilmente por el suelo como fuesen corolas de pétalos coloreadas de vivos colores. Todo el mundo esconde su rostro tras una grotesca máscara, impidiéndome reconocerles; sin embargo, el mío está completamente al descubierto de sus miradas acusadoras, que me persiguen, como si estuviesen intentando sonsacarme todo aquello que oculto. Incómodo, procuro buscar un lugar donde moleste lo menos posible. Me coloco bien el cuello de la americana, nervioso. De repente, entre la muchedumbre, me topo con aquellos ojos intensamente azules. Una mujer, que se cubre tras un antifaz dorado y negro que semeja el pico de un ave, me mira atentamente, esbozando una sonrisa provocadora. La reconocería en cualquier lugar. Me encamino tras ella, pero desaparece dejando tras de sí un humo oscuro, apareciendo en el otro lado de la sala, sin dejar de observarme. Me abro paso entre la gente, pero cuando estoy lo suficientemente cerca, vuelve a desaparecer. La veo en medio de la habitación, exhibiéndose altiva. Esta vez, intento llamar su atención mientras me acerco.

-¡Christine!

-Vaya, Ville,-me habla sin inmutarse, aunque la escucho como si hablase a escasos centímetros de mi oído.- me descubriste en nada.

-Claro que te descubro pronto. Es mi sueño.

Christine soltó una risa burlona, que resonó en toda la estancia. Echamos ambos a andar en la misma dirección.

-No me hagas reír, querido. Soy yo la que manejo todo esto. Puedo hacer lo que se me antoje.-en ese momento, alzó la mano y bajo ella surgió una estatua de piedra.-Deberías decir que el sueño es mío.

Contemplé sus movimientos asombrado. Nunca me abría imaginado que la Christine que años atrás había conocido se convertiría en tal soberana de mi subconsciente. Desvié la vista un segundo, para intentar no chocarme con nadie. Al girar la cabeza para mirarla, me di cuenta de que se había desvanecido. Me detuve a mirar más concienzudamente, deteniéndome en seco.

De repente, noto una extraña sensación en el cuello. Dejo de respirar al instante, notando cómo mi corazón se desboca. Gotas de sudor frío arraigan de mis mejillas y recorren mi rostro con velocidad. “Shhhh” escucho en mi oído, mientras un esbelto dedo se posa sobre mis labios. Miro hacia atrás, comprobando que la nariz de pájaro yace en mi hombro, mientras aquellos ojos me examinan más de cerca.

-Cálmate. No querrás llamar todavía más la atención.

Era cierto. Las personas se fijaban irremediablemente en mí, aquel hombre que llevaba una americana negra y unos vaqueros, y cuyo rostro blanquecino exponía sin pudor alguno. Christine deslizó ambas manos por mis ojos. Los cierro, dejándole palpar. Cuando las aparta, vuelvo a abrirlos, contemplando un largo pico, al igual que ella, en el lugar de mi nariz.

-¿Qué es esto?-pregunto, palpando mi nuevo apéndice.

-Un antifaz.-lo acaricia, con una mano.-Es blanco, como tu piel, con remaches en negro.

-¿Cómo mi alma?-completo su símil.

Niega, sonriendo.

-Como la mía, en todo caso.

Desvié la mirada ante la afirmación de la hermosa pelirroja, mientras sus dedos recorrían mi cuello sensualmente, provocándome un estremecimiento de placer. Dejó descansar las yemas en el hueco que hay bajo el maxilar, cercano al oído, oprimiéndolas con fuerza, haciendo que ladease la cabeza.

-Adoro sentir los latidos de tu corazón cuando te asustas.-murmuró, con voz suave y cálida.-Me recuerdan a los de un cervatillo asustado cuando nota que una bala se acerca a su cuello.

Cerré los ojos, dejándome llevar por sus movimientos. Quizás eran los susurros de Christine aquellas balas disparadas hacia mi yugular. Sin inmutar aquellos dos dedos, su otra mano, mórbida, álgida, como la propia muerte, recorrió mi pecho provocando que unos leves gruñidos de placer se escapasen de mis labios. Esquivaba la americana para poder encontrarse cara a cara con mi piel, excitarla, tentarla. Fue entonces cuando dejé que unas palabras amordazadas por mis jadeos fuesen desprendidas, ocultas entre los murmullos de la gente:

-¿Pueden...pueden vernos?

-Solo quien yo decida.-sonrió pícara.- ¿Tienes miedo de atraer la atención de nuevo, Ville?

En ese momento, llegó un hombre trajeado que portaba una bandeja con estilizadas copas contenedoras de un burbujeante líquido dorado. Se acercó a nosotros e inclinó la bandeja hacia Christine. Deduje que a ella sí le interesaba que nos viese en cuanto sostuvo uno de los vasos, asintiendo educadamente. Posteriormente, el camarero hizo lo mismo conmigo. ¿Iba a negarme a beber algo que olía desde lejos a alcohol? Coloqué dos de mis largos y agrietados dedos sobre el cuello de la copa, acercándola posteriormente a mis labios, no sin imitar antes el cortés gesto de Christine. Mi garganta se apresuró en tragar de una sola vez todo el contenido. Ignoro si por sed, por ansiedad o por costumbre. Mientras observaba cómo ella bebía pausadamente el champagne, opté por preguntarle aquello que tanto tiempo había rondado por mi cabeza.

-Christine, tú… tú conoces todos mis secretos, todos mis actos, todos mis pensamientos y  mis deseos, mis sueños y mis pesadillas. Me gustaría a cambio saber algo de ti, tras tantos años.

Ni siquiera se giró para mirarme, simplemente torció el labio en un desacuerdo inicial. Luego, antes de volver a mojar los labios con alcohol, musitó un leve:

-Me parece justo.

Me daba luz verde para poder indagar en todo aquello que desconocía sobre ella. Quise saber al menos, una cosa, una que me había estado atormentando desde hacía años.

-¿Qué hiciste tras marcharme de Finlandia?

Christine enmudeció, clavando su mirada celeste en la pared. Ladeé la cabeza para poder mirarla. Su piel se tornó si cabe todavía más pálida. Desviamos ambos la mirada a su copa, en un acuerdo tácito. Pude presenciar cómo el champagne se convertía en agua de repente, en un agua cristalina y turbia. Desde la superficie, un líquido rojo comenzaba a sumergirse hacia el fondo, grácilmente, con lentitud, haciendo formas extrañas  y suaves. Christine observó el líquido con amargura, oprimiendo la copa posteriormente.

-Mejor será que no lo sepas.-dijo entre dientes.

En ese momento, al tiempo en el que la copa estallaba en mil pedazos de cristal, abrí los ojos, acostado en la cama. No había apéndices en lugar de mi nariz, aunque mi corazón seguía latiendo como el de un cervatillo, tal como ella decía. Me incorporé. Quizás aquella máscara que Christine portaba solamente era el medio para ocultar su tristeza. 


[Photos by NaomiFaMi and curi0us_bLasphemy of DA]

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