jueves, 2 de septiembre de 2010

Princesa



A contraluz vi la sombra de aquellos pequeños pies descalzos acariciarme. Era alargada, al estar de puntillas, y se deslizaba grácilmente por toda la estancia. Mis dedos, todavía sanos y sin apenas callos ni grietas, acompañaban con una dulce melodía, a ritmo de vals, sus movimientos. Encima de aquellos pies, unas piernas esbeltas cubiertas por una malla rosácea. Unas curvas ya bastante formadas venían después, tapadas recatadamente con un bañador negro. Su pecho; a pesar de ser todavía una niña, a mis ojos al menos, ya se presentaba redondeado, debido a su temprana pubertad. Su rostro era tan blanco como el mío, y en él yacían dos ojos azules enormes, que relucían una desbordante pasión por su baile. Una larguísima melena rubia danzaba por la habitación, dando vueltas y vueltas en el aire. Continué tocando, con empeño en transmitir dulzura, mirándola de reojo. Mi princesa y yo nos compenetrábamos a la perfección.

Entonces, ella se detuvo, mosqueada. Me hizo un gesto con la mano para que parase de tocar. Lo hice, apoyando los codos en mis piernas. Ladeé la cabeza para poder mirarla.

-¿Qué pasa, Anja?

-He entrado a destiempo.-volvió a agitar indignada la mano.- ¡Mierda!

-Podemos volver a empezar hasta que te salga bien.
-Así nunca llegaré a ser una buena bailarina.-resopló, colocándose a mi lado. Me giré para que se sentase en una de mis rodillas.

-Anja, tienes 13 años y ya bailas mejor que todas las niñas de tu clase de ballet. Estás muy adelantada. Ya eres una buena bailarina, solo tienes que darle tiempo al tiempo y practicar mucho para enmendar esos errores.-le expliqué, con voz pausada.

-Pues tú nunca has tomado clases y mira.-señaló el piano.-Te dejan una partitura que no has visto en tu vida y a los dos minutos la tocas a la perfección. Por no hablar de que compones canciones y todo.

-No he tomado clases, pero he practicado el triple.

-Eres bueno por tu enfermedad.-rebatió.

-No siempre es buena, Anja. A veces escucho cosas que no me gustan.

Su enfado se convirtió en curiosidad, al escuchar a su hermano quejarse por primera vez de la sinestesia que padecía, el pasaporte al comienzo de su carrera. Se acomodó en mi regazo, dejando su cabeza apoyada en mi hombro.

-¿Qué cosas?-preguntó, mirándome.

-Pues… por ejemplo…un pellizco.

Anja agarró un poco de la piel de mi mano entre sus dedos, habiéndole clavado las uñas; tras prenderla, la retorció, desencadenando en mi mente unas notas horriblemente agudas y desagradables. Fruncí el ceño. Se notaba que era mi hermana pequeña.

-Sí, eso mismo.-aclaré.

-¿Qué escuchaste?

Coloqué los dedos de la mano pellizcada en el piano, reproduciendo los mismos sonidos. Anja también puso mala cara.

-¿Y cuando te doy un beso? ¿Qué escuchas?-me besó en la mejilla sonoramente.

Deslicé los dedos por las teclas, esta vez produciendo un sonido extremadamente agudo y tierno. Sonrió.

-¿Y qué más cosas no te gusta oír?

-Te las cuento si no las repites.-suspiré.

-De acuerdo.-se acurrucó en mi hombro.

-Erm… un arañazo, un golpe fuerte, un pinchazo en la sien…

-¿Y un dolor de estómago?

-Eso no, princesa.-reí leve. Continué con la lista.-Un cuchillo…el roce de un cuchillo en la piel.-me estremecí-.Suena como cuando arañas una pizarra.-imité el sonido con la boca, apretando los dientes. Hasta Anja se estremeció.

-¿Pero para qué se pone uno un cuchillo en la piel, Ville?-me miró.-No tiene sentido. Te haces daño. Nadie quiere hacerse daño.-tiró de mi camiseta, exigiendo una respuesta.

Suspiré muy hondo. Una niña tan pequeña, de una alma tan tremendamente inocente y pura, no podría concebir algo semejante a aquello. Volvieron a mi mente los recuerdos de aquellas rajas que tenía en la muñeca derecha, la del brazo que envolvía a Anja, resultado de tanta soledad en medio de tantísimos espectadores. La besé en la frente, buscando las palabras adecuadas. Ella volvió a aferrarse a mi camiseta.

-Ya lo comprenderás cuando seas más mayor.-contesté, en un susurro.

Casi al instante supo que yo había llevado a cabo aquella dolorosa y para ella inconcebible acción. Acomodó su oído en mi hombro sin decir nada.

Fue a los 17 años cuando lo comprendió. 




[Photo by lollipop0406 of DA]

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