jueves, 30 de septiembre de 2010

Buenos días, princesa. He soñado toda la noche contigo

-¡Ville!

-¡Princesa!

Tras tanto tiempo sin verles, aquel día había ido a cenar con mi madre y mi hermana. Mi única familia. Envolví en los brazos a una Anja enfundada en una sudadera gris varias tallas mayor, y la levanté un palmo del suelo, haciéndola chillar entre risas. Sospecho que ella era la única razón por la que podía volver a Helsinki con una sonrisa. Aún tras haberla soltado, se aferró a mi camisa negra con ahínco, mirándome con sus ojos azules, grandes y brillantes como las canicas con las que solía jugar de pequeño.

-Pesas mucho menos que la última vez.-volví a alzarla levemente, frunciendo el ceño.- ¿Has estado enferma?

-No.-negó, sonriente.-Solamente estoy intentando adelgazar.

-Mariconadas, Anja. Estás perfecta, no te hace falta adelgazar más.

-Eso lo dices porque me ves con los ojos de un hermano.

-Justo por eso me resulta difícil decirlo.

-Bueno, cuéntame. ¿Qué tal el concierto?-dijo, cambiando de tema.

Recordé. Dos días antes había tenido un concierto en España, que me había impedido asistir a uno de los suyos. Estaba apuntada en una compañía de ballet, y representaban “El Lago de los Cisnes”, siendo mi hermana la princesa Odette, el papel más importante de la obra. En cuanto lo mencionó, me dolió todavía más no haber podido ir a verla.

-Muy bien, pero oye, Anja, siento muchísimo…

-Oh, no pasa nada. Te comprendo. No ibas a cancelar un concierto tan importante por algo así.-sonrió comprensiva, mirándome a los ojos de nuevo.-Ven, me cuentas en la cena.-me cogió por la muñeca y tiró de mí hacia el interior de la casa.

Sopa. Mi madre había preparado sopa. Olía desde el recibidor, y se acentuaba a medida que me adentraba en la cocina. En cuanto ella me vio me abrazó, me dio dos besos, agarrando mis mejillas, oprimiéndolas, y me pidió pasta seguidamente. Ya me sabía yo su paripé. Saqué mi cartera de piel del bolsillo del pantalón, resignado, y le endosé tres o cuatro billetes, sin mirar. Ella sí los miró; y viendo que satisfacían sus inquietudes financieras, volvió a besarme, tornándose entonces cariñosa conmigo. Le dejé, siempre le he dejado. Todos queremos mimos de nuestra madre, aunque sean comprados. Les ayudé a poner la mesa, con aire exhausto, y me senté a comer, enfrente de Anja. Tomé pequeñas cucharadas de sopa de cada vez, pues no tenía apetito. Por la mañana me había metido un par de rayas, y estaba francamente molido, sin ánimos ni siquiera para coger la cuchara. Miré de reojo a Anja un par de veces. Por lo visto, ella sí estaba famélica, pues comía con avidez. Durante aquella cena, les relaté a ambas mi viaje por Barcelona. Mi hermana me escuchaba con atención, y sus ojos se tornaron vidriosos.  

-Hay una catedral que tiene unos torreones altísimos, con unas diminutas figuras talladas. Y fuimos a un parque en el que había un lagarto de colores, de mosaicos.

-¡Guau!-exclamó Anja.- ¡Me encantaría ir!

-Cuando haga otro concierto por allí, te vienes conmigo, ¿te parece?

-¡Sí!

Ella fue la primera en acabar de comer, mientras yo todavía balanceaba la cuchara en el plato, sin ganas. Se apresuró en levantarse y darnos un beso a mamá y a mí antes de irse del comedor.

-¿No te quedas al postre?-la miré, extrañado.

-No, voy a hacer los deberes.

Sonreí leve, dándole una suave palmadita en la espalda, dejándola irse. Volví a ahogar la mirada en la sopa, sin intercambiar ni una sola palabra con mi madre hasta que ella comenzó a recoger los platos.

-¿No comes más, hijo?

Erguí la cabeza, para poder mirarla. Articulé un frágil “no”, dándole luz verde para seguir recogiendo. Apoyé ambos codos en la mesa y suspiré profundamente. De repente, escuché un extraño ruido, que se intercalaba con una voz conocida. Fruncí el ceño, intentando adivinar su fuente de origen. Me levanté disimuladamente de la mesa, sin que mi madre, que estaba en la cocina, lo percibiese, y me dirigí al pasillo. Una vez allí, agudicé el oído como nunca, acercándome a cada una de las puertas, curioso, y apoyaba la oreja en la madera, confiando escucharlo de manera más fuerte. Aunque a veces se entrecortaba; aquel sonido era como si alguien arrancase un agresivo veneno de las entrañas, provocándole un dolor sobrehumano. Me estremecía cada vez que lo oía, deseando que cejase, y a la vez que continuase hasta averiguar su procedencia. Al final del pasillo, en el interior de una puerta de la izquierda, fue donde lo noté con más intensidad. Se me pasó por la cabeza abrirla, para ver qué pasaba dentro. Sabía que no teníamos pasador en ninguna habitación de la casa, con lo cual sería fácil hacerlo. Respiré hondo, antes de atreverme a girar la manilla muy suavemente, sin provocar ruido alguno, y entreabrir la puerta, asomándome para mirar. Nunca olvidaré lo que vi, ni el modo en el que se clavó en mis ojos como una aguja, traduciéndose como una fuerte opresión en el corazón, en la más pura expresión del horror. Era ella, era mi princesa, y estaba arrodillada ante el váter, completamente pálida. Se metió su dedo índice en la garganta, lo más hondo que podía, y sufrió una arcada, que hizo que su cuerpo se convulsionase hacia delante y expulsara por sus labios un chorro de vómito completamente líquido, que se introdujo en mis oídos, haciendo que abriese de todo la puerta, bruscamente.

-¡Anja! ¿Qué coño haces?

Ella se giró hacia mí asustada, con la boca todavía algo manchada.

-¡Shhhh! Baja la voz, por favor, que mamá no se entere.-susurró, a modo de súplica, arrastrándose hacia mí.

-P…Pero… ¿estás loca?-murmuré, indignado, cerrando la puerta del baño.

Negó con la cabeza, limpiándose la boca con la manga de la sudadera.

-Tengo que hacerlo, Ville. Las otras chicas de la compañía…están más delgadas. Y a veces se burlan de mí. ¡Quiero estar como ellas!

Me arrodillé enfrente de ella, todavía sin creerme que aquello estuviese pasando.

-Te tiene que importar una mierda lo que digan esas pijas retrasadas. El ballet no es cuestión de estar más delgado o más gordo, es cuestión del talento que tengas y la pasión que le pongas, y eso a ti te sobra.

-No lo entiendes…

-¡No!-salté.- ¡Eres tú la que no entiende! Esto puede convertirse en una enfermedad muy grave, Anja, puedes acabar muerta. O muerta en vida, que es peor aún.-giró la cabeza, aunque la obligué a mirarme.- ¿Quieres saber lo que pasa cuando dejas de cuidarte, haces gilipolleces y andas jugando con fuego?

Tragó saliva, sin atreverse a darme una respuesta. Fue entonces cuando comencé a desabrochar mi camisa, mostrándole mi cuerpo increíblemente delgado y enfermizo, todavía más que en la actualidad, ya que estaba todavía más enganchado a las drogas. Los ojos de mi hermana expresaron un terror sobrehumano. Se tapó la boca con las manos, posteriormente me miró a la cara.

-¿Qué te has hecho…?-susurró, dolorida.- ¿Tú también…?

-No, esto es por otra cosa. Pero el resultado es el mismo. Vas adelgazando, vas perdiendo apetito, vas perdiendo fuerzas y acabas en una cama de hospital, ¿entiendes?-hablaba con una decisión y nerviosismo nunca vistas en mí.

Anja se dejó caer encima de mí, abrazándome con mucha fuerza, escondiendo la cabeza en mi pecho. Rompió a llorar de una forma desgarradora, entremezclando en aquellas lágrimas el miedo a morir y el miedo a ver morir a su hermano mayor. Acaricié su melena rubia con fuerza, incrédulo.

-Te juro que mato a la que te dijo que estabas gorda.-escupí, con ira.-¡¡Te juro por Dios y por la Virgen que la mato!!

-Ville, no…-se aferró a mi espalda.- ¿Pero por qué? ¿Por qué  te has hecho esto? ¿Cómo has…?

-Las drogas, princesa.-susurré.-Pero eso dejémoslo aparte.-la miré, dejando que unas lágrimas, cuya caricia se traducía como un rojo sendero en mis mejillas, aflorasen de mis ojos.-Yo quiero volver a tener a mi princesita, a la que me daba la tabarra después de comer, no la que se encierra en el baño a vomitar.

-Lo siento mucho,  te he decepcionado, lo siento mucho. A mí no me gusta vomitar, pero es la única forma de que mamá no se entere.-gimió.

Me mantuve en silencio, saboreando aquella tristeza, mientras Anja se aferraba a mi camisa entreabierta, palpando mis costillas, sollozando cada vez que las notaba. Siseé suavemente cerca de su oído, intentando tranquilizarla, aunque cada vez lloraba con más intensidad. Necesitaba sacar toda aquella bilis de dentro. Ladeé su cabeza con mucho cuidado, tomándola entre mis manos,  haciendo que apoyase el oído en mi pecho. Quizás fueron mis tiernas y a la vez nerviosas caricias, y mi corazón golpeando a toda velocidad, mas con proximidad y calidez, contra ella, los que la hicieron calmarse un poco.

-Anja, tienes que jurarme que no vas a volver a hacer esto.-susurré.

No contestó, todavía intentando recuperar el aliento.

-Júralo por mi vida, y si no vas a cumplirlo, que me muera aquí mismo.

-¡Ville!-alzó la mirada, inquisitiva mas triste a la vez.

-Si estás dispuesta a curarte, hazlo.

Cerró los ojos, rompiendo otra vez a llorar, empujando su sien contra mis costillas.

-Lo juro por tu vida.

Asentí, cerrando los ojos. Cogí aire muy fuertemente por la nariz, sintiendo las últimas convulsiones extasiadas que sufría mi corazón antes de recuperar su ritmo normal. Anja se estremecía al escucharlas.
-Pero tú tienes que jurar por mi vida que no vas a volver a meterte nada.

-No puedo hacer eso, princesa.-susurré, sin apenas fuerzas.-Tú podrás cumplirlo.

-¿Y por qué tú no?

-¿Cuánto hace que te…haces eso?-tragué saliva.

-Un mes.

-Yo llevo más años de los que piensas.-asentí.

Anja por poco sucumbe al llanto de nuevo, si no fuese porque limpié con mucho cuidado sus lágrimas y la erguí al momento, agarrándola por los hombros. Antes de salir del baño, volvió a hundir la mejilla en mi pecho. Noté cómo entre destellos de un azul celeste, su vida se escapaba entre mis manos.

                                                      ***
Tut…tut…tut… “¿Diga?”

-Seppo, soy Ville. Tengo que hablar contigo. … Es sobre los conciertos de estas próximas semanas. … Voy a cancelarlos. …-fruncí el ceño.-No me grites. … ¡Que no me grites, joder! … Es por mi hermana, está enferma.

Ella se encontraba sentada en la cama a mi lado.  Me miró con ojos vidriosos en cuanto pronuncié aquella última palabra, apretándome la mano que yacía sobre mi pierna. Tomé aire fuertemente.

-Sí… Pues no sé muy bien qué tiene, todavía no ha ido al médico.-mentí.-Pero creo que es una gastroenteritis o algo así. …

-Te quiero, hermanito.-susurró mimosa, por no haber descubierto su secreto.

-Y yo, princesa.-susurré, tapando el auricular para que Seppo no nos oyese. Dicho esto, volví a destaparlo.-… En principio alrededor de dos semanas. … … Oye, joder, que es mi hermana. No voy a dejarla sola mientras está enferma. … Mi madre ya está muy mayor para estas cosas. … … De acuerdo. …Ahá. … Me incorporaré lo más pronto posible. … Bien, vale. … Abur. Abur.

Colgué el móvil. Presionar aquella tecla roja me produjo un alivio impropio de lo que me sugería aquel color. Anja apoyó la cabeza en mi hombro, mirando la pantalla del móvil, en la que había una foto de Christine.

-No entiendo por qué lo has hecho, Ville.

-Pues porque eres mi hermana. Y te voy a ayudar a salir de esa mierda cueste lo que me cueste. Por mí, como si tengo que cancelar toda una temporada de conciertos. Me suda la polla.-la envolví en mis brazos, mientras ella dirigía sus labios a mi mejilla.

Recuerdo haber hablado horas y horas con ella, sentados ambos en la cama, hasta llegar las 3 o 4 de la madrugada. Me había contado tantísimas cosas, tantísimos problemas que le rondaban por la cabeza, y yo me había limitado a darle consejos y a alentarla. No solté prenda de ninguno de mis propios problemas. Cuanto más tiempo pasaba a solas conmigo, más segura se sentía, y con más decisión y serenidad relataba. Encendí alrededor de una docena de pitillos mientras la escuchaba, todavía algo tenso por lo que había visto en el baño. Cuando miré el reloj, ya era extremadamente tarde. Se aferró a mí de nuevo, colgándose en mi cuello.

-No quiero dormir sola.-susurró.

-Estos días dormiré aquí contigo.

Me giré para mirar mi antigua cama, la cual estaba al lado de la de Anja. Le di un beso en la frente antes de dirigirme a ella. Me senté encima mientras me quitaba los zapatos y la camisa, para dormir con el pantalón. El hecho de quedarme allí a dormir me había pillado por sorpresa. “Mañana-pensé.-iré a por algo de ropa a casa”. Cuando ella se hubo cambiado, tras obligarme a ponerme de espaldas, nos acostamos en nuestras respectivas camas y apagué la luz. Me acurruqué, mirando por la mirilla de las persianas. Nevaba.

-Ville.

-Dime.

-¿Te acuerdas de cuando era pequeña, y me tocabas canciones con el teclado para que me durmiese?

-Sí, me acuerdo.

-Ojalá te lo hubieses traído. Quería oír la canción que me habías compuesto de pequeña.

-Puedo tarareártela. No es lo mismo, pero…

-Vale.-se rió levemente.

Comencé a hacerlo, aquel vals con el que ella improvisaba sus pasos de baile, aquel vals que media Europa había degustado, había aplaudido hasta romperse las manos. Cada vez que lo tocaba, pensaba que una parte de mi hermana estaba entre las teclas, guiando mis dedos para la perfecta ejecución de la melodía. Mi garganta, que comenzaba a agravar todavía más mi voz, entonó con acierto las notas, mas me dejaba sin aire cuando subía al registro agudo. En cuanto terminé, escuché a Anja respirar profundamente, dormida, o al menos aparentemente dormida. Fue entonces cuando, no sin esfuerzo, me fui quedando yo también.

                                                       ***
Extrañamente, aquella noche había dormido como un lirón. Entreabrí los ojos, cegados por el sol, recubiertos de legañas. Aquellos rayos hicieron que mis hipersensibles córneas comenzasen a segregar lágrimas. Me giré molesto. En la oscuridad abrí por completo los ojos y me los limpié con las sábanas. Miré mi reloj de pulso, el cual no me había molestado en quitarme. Las 11. Me levanté, erguiendo los brazos para desperezarme, provocando un casi imperceptible gruñido. Miré hacia la cama de Anja, mientras me acercaba. Ella todavía dormía. En sus mejillas había un leve colorete. Al ver sus pestañas húmedas, deduje que se había pasado la noche llorando en silencio para no despertarme. Acerqué mis labios a su frente e hice una tierna y cálida presión. Entreabrió los ojos, clavándolos en mí. Sonreí, deslizando mi mano por su cabello.

-Buenos días, princesa.-susurré.-He soñado toda la noche contigo.

Esbozó una dulce sonrisa. Acercó su rostro al mío para besarme la mejilla. Noté en aquel beso que quedaban grandes ráfagas de vida dentro de ella.  

 [Photo by sisthgradedropout of DA]

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