sábado, 25 de septiembre de 2010

Ville's Childhood: First Part

Era un día más violeta que de costumbre en los suburbios de Helsinki. Un otoño de 1988 en el que los niños se mostraban más perezosos que de costumbre en ir a la escuela. Uno de ellos, quizás el que sobresalía más entre la multitud por ir vestido de oscuro, perdía su mirada en la ventana mientras la profesora de preescolar les enseñaba a sumar. El único deseo de aquel niño en ese momento era salir afuera, extender los brazos, alzar la cabeza, y sentir el color de la lluvia en su piel en toda su magnitud, pero se empeñó en seguir estoicamente las reglas y permanecer encerrado en clase. Veía cómo los niños no se acercaban a él, ni se atrevían a hablarle, y esto se veía agravado por su timidez. Aunque aprovechaba la soledad para recordar toda la música que había escuchado a lo largo del día y poder almacenarla en su mente, pues no sabía plasmar las notas en un papel. Apenas era capaz de escribir su nombre sin que las “es” le saliesen torcidas.

En el recreo, fue capaz de escabullirse del patio donde sus compañeros jugaban a las tiendas, y deambular por entre las clases, como si fuese casi un espectro, buscando una distracción, buscando quizás algo que por primera vez lograse sorprenderle. Andando y andando, llegó a las clases de los alumnos más grandes. Asomó la cabeza curioso, contemplando los mapas en las paredes, los globos terráqueos en las mesas de los profesores, y quizás preguntándose si quien había hecho aquellos mapas veía tantos colores como él.

Continuó recorriendo aquellos pasillos, tarareando entre susurros una tras una las melodías que había sentido aquel día, desde el momento en el que abrió los ojos. Su paso era tan silencioso que nadie del personal del centro advirtió su presencia, ni siquiera su falta en el patio. Fue entonces cuando se topó cara a cara con aquella aula, que le hizo detenerse en seco. Había dentro de ella cosas que no había en las otras. Había una vitrina con instrumentos brillantes, opacos, claros, oscuros, con muchos agujeros, o con cuerdas. El niño apoyó sus dedos largos en el cristal, preguntándose qué sería todo aquello, por qué estaría allí. Giró un poco la cabeza, para poder contemplar el resto de la estancia. Entonces, sintió como un pequeño cosquilleo en su barriga, que subía hasta su esternón como una colonia de hormigas. Sí, aquel niño había conocido quizás al amor de su vida, aquel que nunca le había fallado, aquel que siempre le fue fiel. Se acercó a él, algo tímido, observándolo con atención. Se sentó en una silla mullida, sin siquiera poder tocar el suelo con la punta de los pies, y pudo mirarlo frente a frente. El contacto fue inminente en cuanto extendió su mano, para rozar muy suavemente aquellas teclas. Descubrió, casi por casualidad, que si las presionaba, obtendría un
sonido. Las pulsó todas por orden, memorizando cada uno de ellos. Notaba cómo su corazón se había acelerado desde que se había percatado de aquello. Dejó una mano en su pecho, hacia su izquierda, percatándose de que su propio cuerpo le marcaba un perfecto y preciso ritmo que debía seguir cuando pulsara de nuevo las teclas. Habiendo mecanizado el compás de sus latidos, se atrevió a intercambiar las notas agudas con las graves, hasta dar con aquellas que le recordaban a las caricias de su madre cuando le daba los buenos días; quizás, su sonido favorito del día. Entretejió una melodía sencilla y tierna, utilizando ambas manos para tocar, sin perder de vista las teclas con los ojos entreabiertos. La música comenzaba a mostrarle todos sus secretos a una alarmante velocidad.

Sin que él pudiese percatarse, profesores y alumnos se agolpaban en la puerta, murmurando, especulando sobre la identidad del muchacho, hasta que una profesora, bastante mayor, de cabello negro recogido en un recatado moño, de aspecto cercano al de una abuela de cuento, dio un paso al frente, abriéndose paso ante la multitud, aplacando su inquietud al ver al niño.

-Ese es…Es un alumno de mi clase de preescolar.-vociferó.

Se acercó lentamente a él, ante la expectación de los presentes, sin que él sintiese su presencia. Había desconectado completamente del mundo real, comenzando a crear la dulce cárcel de marfil que le encerraría el resto de su vida. De repente, sintió una mano posarse en su hombro, intentando llamar su atención.

-Ville.

Sintió cómo los pelos de sus brazos se erizaban. Se dio la vuelta sobresaltado, respirando agitadamente.

-¿Qué haces aquí?-preguntó la profesora.

Él no contestó. Desvió la mirada al suelo, avergonzado. Ella intentó sonsacarle algo, pero ni una palabra salió de sus fríos labios. Resignada, le tendió la mano, a la que él se aferró sin dudar, y lo condujo fuera del aula, siendo perseguido por la mirada de sus compañeros

                                                                   ***
-Ville, ¿por qué no estabas en el patio con tus amiguitos?-era esta vez la voz de falsa amabilidad de la jefa de estudios.

Él se limitó a mirar fijamente a un peluche de un gato negro que había sobre el escritorio, observando lo suave que parecía ser. La jefa de estudios ladeó la cabeza, intentando mirarle a los ojos.

-¿Te aburrías con ellos?

Asintió, esquivando la verdad, que era que en aquel sitio no tenía “amiguitos”.

-¿Y por qué fuiste al aula de música? ¿Fuiste allí más veces?

Negó con la cabeza, extendiendo la mano hacia el peluche, aunque se encontrase demasiado lejos para poder alcanzarlo, pues estaba al lado de ella.

-¿Entonces cómo la encontraste?

Se encogió de hombros, algo intimidado por las preguntas, cejando en el intento de coger al gatito, pero sin quitarle ojo de encima.

-No tengas miedo, Ville, no voy a castigarte. Me gustó mucho la canción que tocabas.

La miró, interrogante. Dedujo entonces que ella también había presenciado su improvisada actuación.

-¿Quién te enseñó a tocar el piano? ¿Tus papás?

-Pi…piano.-repitió, algo confuso, intentando quedarse con el nombre.

-¿No sabías cómo se llamaba?-frunció el ceño.

Él negó con la cabeza, volviendo a desviar la mirada hacia el peluche. Fue entonces cuando ella lo notó.

-Oh, ¿te gusta el gato?-lo cogió entre sus uñas rojas y se lo entregó, sonriendo.-Puedes quedártelo.

-Gracias.-susurró, mientras lo tomaba en sus brazos, abrazándolo.

Cada uno de los pelos del animal de peluche rozaron sus pálidas mejillas, provocándole sensaciones de un color rosa pastel muy agradable. Se apoyó en el respaldo de la silla, acariciándolo.

-A cambio tienes que contestarme, ¿de acuerdo, Ville?-él la miró y asintió levemente.-A ver, háblame de esa canción. ¿Quién te la enseñó?

-Nadie.-susurró.

-¿La oíste en la radio?

Negó.

-¿En la tele?

Negó.

-¿En una cinta?

Negó.

-¿Te la cantaron alguna vez?

Negó.

-¿Dónde la escuchaste entonces?-preguntó, algo molesta.

Uno de los índices del niño se posó en su sien, haciendo que su rostro adquiriese una expresión tranquila, como si fuese algo normal.

-Aquí, cuando mamá me da los buenos días.-murmuró.

La jefa de estudios le miró con una mezcla de incredulidad, terror y asombro. Él sintió un escalofrío en su columna, y se abrazó con más ahínco al peluche. Ella se levantó con expresión serena y le tendió la mano.

-Vamos, debes volver a clase.

Bajó de un salto de la silla y se encaminó a la puerta, sin dejar de acariciar a su recién adquirida mascota. Antes de salir, miró a la profesora de soslayo, la cual sacaba de su archivo un expediente y lo remiraba, algo tensa, buscando una explicación para lo que él le había dicho. En cuanto salió del despacho, las habladurías se inflamaron como la pólvora.

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