lunes, 13 de septiembre de 2010

Winter 2003, Helsinkki, Finland: Wolves



Un guitarrista afinaba en el escenario de aquel bar de mala muerte los primeros acordes de una melodía. Me aferraba a mi cigarrillo con hastío, repasando mentalmente los conciertos que daría aquella semana. Apenas en un par en bares de pijos, en los que nunca nadie en su sano juicio permitiría entrar a un tipo como yo. A veces temía que me echasen fuera en cuanto me viesen. La verdad es que me sentía más a gusto entre ratas como yo, lejos de toda aquella opulencia. Aspiré fuerte el humo, cerrando los ojos, mientras escuchaba el murmullo de fondo de la charla de Nicolai, el cual me incitaba a robar todo lo que pudiese tras el concierto, para poder sacarme unas pelas extra. De repente, escuché un sonido extraño que provenía del escenario. Extraño para mí, a la par que hermoso. Atravesaba con muchísima pasión mis oídos, traduciéndose como un rumor triste. Como si fuese el viento rugiendo a la orilla del mar, acompasando su melodía con la de las olas. Alzo la vista, intentando adivinar el origen de tan perfecto sonido. Entonces fue cuando la vi, y sentí que mi corazón pegaba un salto dentro de mi pecho. Era una mujer que sostenía un violín blanco y negro bajo su barbilla. Su larguísima melena rizada, roja como la más profunda tristeza, transmitida por su instrumento, caía sobre sus hombros, como cascadas, como ríos de sangre. Vestía una falda corta, blanca, al igual que su corsé de lentejuelas, el cual tenía un corazón bermejo bordado. Una batería comenzó entonces a marcar un acelerado ritmo, que ella supo seguir con agilidad e ingenio. Rápidamente, bajó el violín y se acercó al micrófono, comenzando a cantar con voz grave, mas extrañamente cristalina e inocente. Aunque había algo dentro de ella, algo que su melodía me revelaba, que ardía con muchísima fuerza, queriendo arrasar con el mundo entero. Algo picante, y a la vez dulce. Entonó el estribillo junto a su violín, hincando en mi pecho su melodía, como si fuese una lanza, que imprimía en mi mente un azul intensísimo, entremezclado con tintes rojos, tristeza derramada por cada una de las cuerdas de aquel instrumento, como si los roces del arco las hiriesen. Agité mi respiración, mientras tamborileaba el ritmo de la melodía golpeando con la palma de mi mano en la mesa. Aquella era una sensación que nunca en mi vida había experimentado. Nunca con aquella magnitud. Quizás aquello era lo que en los cuentos infantiles llamaban “amor”, cuando la princesa se casaba con el príncipe y todo aquello que nunca llegaba a comprender. Aquella princesa, Dominatriz de la música, encandilaba mi ser completamente con sus cantos de sirena, como intentando que la siguiese como las ratas seguían al flautista. Aunque tras una coda de violín, en la que volvía a mostrar su pasional sufrimiento, terminó su reinado.

La ahogó una oleada de aplausos mientras se bajaba. Yo aplaudí como nadie, recordando reiteradamente la canción, todavía fresca en mi memoria. Fue entonces cuando ella me miró inconscientemente. Y yo la miré. Y nos retuvimos la mirada. Posteriormente, el camarero llamó su atención, para que se acercase a la barra a pedir algo. Apartó los ojos de mí con dificultad. Algo en mi mente me decía que no podía dejarla escapar. Sentía que aquella mujer le daría un sentido nuevo a mi vida. Dejaría por fin de ser un animal promiscuo, y podría notar de una vez por todas aquel azul intenso, del mismo color que el agua del mar. Agarré con decisión el vaso de vodka y le di un trago largo, bebiéndolo por completo. Arrugué la nariz al notar cómo el licor se deslizaba por mi garganta como si fuesen lapas de fuego. En un golpe seco, dejé el vaso en la mesa y me encaminé hacia la barra, un poco tenso, mas exhibiendo aquella picardía y magnetismo de la que hacía gala. Me coloqué a su lado, abriéndome paso ante la gente. Ella no tardó en notar mi presencia y clavar sus ojos azules de nuevo en los míos. El humo del cigarro que portaba los cubría de una densa niebla, haciendo que los destellos de su iris brillasen como gemas en bruto.

-Fue fabulosa tu actuación.-me lancé a decirle.

-Gracias.-contestó ella, sin dejar de mirarme de arriba abajo, quizás algo altiva.

-Me pregunto como una mujer tan bella puede hacer melodías tan melancólicas.-me acerqué más, hasta el punto de poder escucharla tragar saliva, completamente tensa, aunque lo disimulase.

Le arrebaté el cigarrillo, esbozando una pícara sonrisa. Ante su mirada atónita, le di una profunda calada, sintiendo el regusto de su saliva en mi paladar. En el momento en el que lo aparté de mis labios, ella se apresuró en rozarlos con los suyos. Le retuve la mirada en todo momento, sintiendo cómo mi corazón comenzaba a acelerarse. Ella absorbió dulcemente, mas con ansia, todo el aire que albergaba en mi boca, introduciéndolo en la suya. En cuanto se separó, expulsó el humo que me había robado, sonriendo satisfecha, provocadora. La acerqué más a mí, haciendo presión sobre su trasero, volviendo a besarla, esta vez con mucha más pasión, frenético, acelerando mi respiración. Se giró, haciendo que la abrazase por detrás muy tiernamente, sin dejar de intercalar besitos húmedos por su cuello.

-Vamos a mi casa.-susurró.

                                              ***
Me introdujo en su habitación, tirando del cuello de mi camisa, andando hacia atrás. No perdimos ni un momento el contacto visual, ni la pasión que ardía dentro de nosotros, que abrasaba mi pecho con furia. Al llegar allí, contempló que había dejado la ventana abierta, con la nevada que estaba cayendo, y que los copos se introducían dentro, yaciendo sobre su cama y sobre el suelo.  Quise ir a cerrarla, pero aquella desconocida me agarró más fuerte la camisa, frenándome.

-Déjala abierta.

Sonreí, acercando mis labios a los suyos de nuevo. Sus ágiles dedos de violinista no tardaron el deshacerse de mi camisa, dejando mi torso al descubierto, y con él, los todavía pocos tatuajes que adornaban mi piel. Hice que se girase, y mientras le besaba suavemente la nuca, apartando ella recatadamente la melena hacia un lado, le desabroché el corsé, quitándoselo con mis manos habilidosas, acariciando sus costados, que se movían agitadamente. Soltó un leve gemido, acercando su trasero hacia mi pelvis. Lamí frenético su cuello, chupándolo. Le quité el sujetador con rapidez, instaurando mis manos en sus pechos, acariciándolos, juntándolos, soltándolos posteriormente para trazar leves circulitos alrededor de sus pezones. Ella corrió a sentarse en la cornisa de la ventana, haciendo que la nieve empapase mi cara, y en mi mente provocase unos tintes grises como el frío, que se entremezclaban majestuosamente con aquel amoroso azul. Sus piernas rodearon mi cintura, acercándome. Apoyé mi barbilla en su esternón, sintiendo cómo vibraba su corazón, mientras volvíamos a batallar con nuestras lenguas. Separé los labios, bajándolos hacia su pecho. Le di besitos húmedos sobre sus venas azules, se las mordisqueé posteriormente, para luego volver a besarlas, como si intentase curarlas. Sus manos se aferraron al marco de la ventana, abriéndose de piernas. Mis curiosas manos se apresuraron a quitar su falda y a juguetear con su sexo, a través del tanga. La cogí entonces en brazos. Se aferró a mi cuello, rasgándolo, antes de tumbarla en la cama. La nieve caía sobre mi espalda, haciendo que semejásemos dos lobos follando en medio del bosque nevado. Ella quitó mi pantalón y mi bóxer con rapidez, excitándose al ver mi miembro erecto. Me agaché para sacar un condón del bolsillo y me lo coloqué. Ella se puso de rodillas y pinzó la punta de mi glande con dos dedos. Lo agarró posteriormente con ambas manos, mientras lo chupaba con avidez, tirando de él. De vez en cuando, soltaba una de ellas para pasar la lengua por su estructura, levantando un poco el condón para poder saborear mi semen. Eché la cabeza hacia atrás y comencé a gemir, a aullar acaso. Separó la boca al rato, tentándome, tumbándose en la cama con las piernas abiertas. Le quité el tanga, introduciendo mi lengua en su sexo, rozando el clítoris con ella, mordiéndolo un poco. La mujer tiro de mi pelo, levantándome, para que me colocase encima de ella. Nuestros sexos se rozaron entonces. Me agarré a las sábanas y comencé a embestirla. De su garganta salieron unos chillidos graves. Mis labios emanaron unos jadeos descontrolados muy cerca de su oído. Ella tomó mi rostro entre sus manos y me besó intensamente, sin dejar de convulsionar su pelvis, haciendo que me faltase el aliento. Me separé un poco, y sus dientes agarraron mi labio inferior, frenándome. Comencé a aumentar el ritmo. Los latidos de mi corazón aumentaron bruscamente de ritmo, haciendo que golpease con una descomunal fuerza y rapidez contra mis costillas. Las manos de la desconocida se aferraron al cabecero de la cama. Nuestros extasiados gemidos parecían estar levantando  viento, haciendo que se introdujese entre nuestros cuerpos desnudos y aún calientes.

-Todavía…ah…si sé…cómo te llamas.-balbuceó ella entre jadeos.

-Ville…ah…ah…y…ah… ¿y tú?

-Puedes… ¡mh!...puedes llamarme…ah… ¡ah!….

Llegamos entonces al orgasmo. Un fortísimo chillido al unísono dejaba escapar poco a poco el placer. Fue entonces cuando ella acercó sus labios a mi oído, respirando descompasada todavía, y articuló un nombre.

-Christine. 

[Photo by Lilith Vampiriozah of DA]


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